“Tengo algunos hermanos y la chica más hermosa, la libertad” dice una versión en vivo de Andrés Calamaro de la canción que escribió con Gringui Herrera. Es un diálogo con otra canción, “Adónde está la libertad” de Pappo’s Blues Volumen 1. “Igual que Pappo, me pregunto muchas veces, ¿dónde está? Y no dejo de pensar”. En el recital El Regreso de 2005, la presenta así: “Esta canción se la dedicamos a los reclusos de las cárceles argentinas, donde es muy difícil vivir, a los que están privados de la libertad”.
Aunque no quede bien hoy citar a Calamaro, me gusta recordar esa dedicatoria porque muchas músicas y músicos le cantan a la libertad pero es común olvidar a quienes viven en las cárceles. En la música se prolonga el silencio social sobre las condiciones de vida en los penales. Prevalecen los prejuicios sobre las personas en conflicto con la ley, la mayoría de las veces por delitos menores contra la propiedad o relacionados con drogas.
En tiempos normales funciona un pacto de silencio. Ante las denuncias de organismos y asociaciones, la respuesta suele ser el desinterés con dos argumentos. Uno es que hay otras urgencias fuera de las cárceles, como si no existiera relación entre lo que pasa a ambos lados de los muros. El segundo (y más peligroso), que vivir mal es parte de la condena.
Quienes la perdieron
Fueron los tiempos anormales de la pandemia los que rompieron ese pacto. Ahora, lo que sabían los organismos y asociaciones era transmitido por la televisión mientras veíamos una sábana que decía “Nos negamos a morir en la cárcel” en el penal de Devoto. O lo decía Agustina desde de la cárcel de Azul: “vivir en estas condiciones es una tortura sistemática las 24 horas todos los días”.
El Centro de Estudios Latinoamericanos sobre Inseguridad y Violencia (CELIV) de la Universidad Nacional Tres de Febrero es uno de esos lugares donde mucho antes de la pandemia conocen a quienes viven en las cárceles. “El promedio de edad ronda los 30/35 años y en mujeres es un poquito más. De hecho vemos, que las mujeres se incorporan más ‘tardíamente’ al conflicto con la ley y generalmente son primarias, es decir, no tienen antecedentes penales”, esto lo dice Antonella Tiravassi, que es socióloga e investigadora del CELIV. Antes de la pandemia, habían publicado un informe. Ahí señalaban que el crecimiento de la población privada de su libertad se explicaba en gran parte por delitos vinculados a la ley de drogas (39 %), que reemplazaron al robo como motivo más frecuente de encarcelamiento.
¿Hubo cambios después de las protestas? La respuesta es difícil porque las medidas de aislamiento complican las encuestas y relevamientos. Lo que sabemos es que se construirán diez mil plazas adicionales en los penales bonaerenses, según el Programa de Infraestructura Penitenciaria Bonaerense 2021-2022 (por el momento, la única medida parece ser construir más lugares donde encerrar gente).
Antonella Tiravassi explica que el principal problema es que las malas condiciones se potenciaron con el aislamiento. A los problemas de infraestructura y menor acceso a la educación y formación laboral, se suma que “las visitas, las familias que acompañan a estas personas en contexto de encierro, son actores clave para conseguir muchos de los insumos que utilizan dentro de los penales”, y restringirlas o prohibirlas se tradujo en la eliminación de “esos mecanismos de contención pero también materiales para obtener todo lo que tiene que ver con aseo personal, con colchones, cosas de la vida cotidiana”.
Juzgadas afuera y adentro
Las mujeres representan una minoría en las cárceles. El CELIV registró que en América latina, las mujeres representan entre un 4 % y un 9 % de la población carcelaria. Pero no basta para explicar su invisibilización dentro de una población invisibilizada de conjunto. Durante la Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre Drogas de 2016 se expresó de manera formal la necesidad de contemplar qué problemas se cruzaban para que la tasa de encarcelamiento de mujeres creciera con más rapidez que la de los varones. Según el CELIV, “en 11 de los 15 países considerados América Latina, la tasa de crecimiento de la población penitenciaria femenina excede la de los varones”.
Las necesidades económicas, la sobrerrepresentación en los empleos precarios y ser jefas de hogar se combina en nuestra región con la dureza de la política de drogas. ¿Cómo? Las mujeres ocupan los escalones más bajos del narcomenudeo y venden para sostener a su familia (el 87 % de las reclusas tiene más de un hijo o hija). La historia de Johana, que presenta el informe “Contextos de encierro en América latina: una lectura con perspectiva de género” es una muestra de esa combinación. Johana es de uno de los barrios más pobres de Bogotá (Colombia), tiene tres hijos y es sostén de hogar, “desesperada por el porvenir de ellos, pidió a su tía un trabajo en un supermercado donde se vendían drogas (...) Realizaba llamadas telefónicas a narcotraficantes y a consumidores, pero ella nunca manipula las sustancias. Tanto Johana, como otros miembros de su familia, fueron arrestados. La condena de Johana fue de 6 años y 4 meses de prisión”.
Cuando entrás a la cárcel, las desigualdades y los prejuicios no desaparecen: el acceso a la educación es diferente, también al tiempo dedicado a la formación laboral (ambas pobres para la población carcelaria de conjunto). “La prisión es sumamente dolorosa y estigmatizadora para las mujeres, considerando el rol que socialmente se asigna: no solo son juzgadas por el delito cometido, sino también por haber violado los roles de género preestablecidos”, lo que explica Antonella Tiravassi es un episodio más del encadenamiento de la opresión de género con otras desigualdades de las sociedades capitalistas. “Por un lado, las prisiones son extensiones de las realidades extramuros y no excepciones, con lo cual al interior del penal se producen y reproducen estereotipos y sesgos de género en relación al acceso al trabajo y los tipos de trabajo, al acceso a visitas íntimas y otros derechos. Además, los resultados nos muestran que las mujeres sufren un gran aislamiento en términos de contacto con sus familiares y allegados, muchas de ellas no reciben visitas o las reciben en forma muy esporádica”.
“Las mujeres que tienen hijxs pueden acceder a convivir con ellxs mientras están en el encierro y por un período determinado. Si bien consideramos que es un derecho para las mujeres que maternan y de sus hijxs a ser cuidadxs, lo cierto es que muchas veces las condiciones en que estas mujeres maternan son muy hostiles”.
Las condiciones de vida de las mujeres trans en el encierro no están incluidas en muchos informes o representan una porción muy pequeña. Recaen sobre esta población desigualdades y opresiones múltiples. El último informe de OTRANS detalló la situación de encierro de 94 mujeres trans en cárceles bonaerenses.
Demasiadas cárceles con demasiadas mujeres
Según el Ministerio de Justicia de la Nación, casi la mitad de las mujeres encarceladas por la ley de drogas era ama de casa, desocupada o no tenía oficio. “En esa maquinaria va presa la gente más pobre. La Policía sigue trabajando y van presas muchas mujeres, jefas de hogar con muchos hijos, que son intercambiables. No dañás la estructura”. Esto lo contó Emilio Ruchansky, periodista e integrante del Acuerdo por la Regulación Legal del Cannabis, en una charla que tuvimos en nuestro programa de radio El Círculo Rojo.
Es una historia demasiado común que una mujer venda para pagar “la fiesta del primer año de su bebé o que buscaban pagar una cirugía o un tratamiento oncológico para sus hijos e hijas. Transportaban pequeñas cantidades ‘encapsulándose’ o escondiendo mercadería entre la ropa”. Esto también lo cuenta Emilio Ruchansky. En “Instrucciones para llenar una cárcel”, explica cómo se amplían unidades o se construyen nuevos penales como respuesta estatal casi exclusiva al problema de superpoblación de las cárceles. De hecho, es lo que hizo la provincia de Buenos Aires desde la desfederalización de 2005 (que descentraliza la competencia en delitos relacionados con la ley de drogas): de las 14 cárceles de mujeres del Sistema Penal Federal, 9 fueron creadas o tienen anexos para mujeres desde ese momento.
Hoy se discute en Argentina un marco de regulación para desarrollar la industria del cannabis medicinal y el cáñamo industrial. Pero se mantiene en gran parte intacta la maquinaria punitiva que sigue amontonando mujeres pobres en las cárceles, las que marcan como ocupación ama de casa o desocupada, las intercambiables. Se sigue poniendo el mercado por encima de los derechos o, dicho de otra forma, las ganancias por encima de la vida.
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En protesta contra la novedad permanente. Empecé a leer Feminismos para la revolución (Siglo XXI) de Laura Fernández Cordero. Con textos y guías biográficas, el libro bucea en el intercambio y el diálogo entre feminismos e izquierdas. Un diálogo (agrego yo) que ha sido de los más fructíferos, incluyendo debates y diferencias. Además de las militantes pioneras más o menos conocidas como Flora Tristán o Clara Zetkin, publicaciones como La voz de la mujer, me encontré con Claire Démar, una saintsimoniana bastante radicalizada que cuestionó la restauración del Código Napoleónico después de la Revolución francesa (en la que las mujeres ya habían alzado su voz). Laura escribe en su introducción: “Esta antología busca contrapesar el efecto de la novedad de la marea feminista, no porque carezca de una faceta inédita (...) sino porque la búsqueda es comprenderla desde esos pasados que le dan fuerza”. Incluso cuando no estemos de acuerdo en todas las conclusiones, comparto el intento de recuperar la historia de nuestra lucha contra la opresión y, cuando todo es novedad, me declaro fan de las “ideas previas que esperan volver al ruedo”.
Marie Allen y La Oreiro
Virginia Kellogg escribía películas cuando las mujeres no aparecían como guionistas en los créditos. A lo máximo que aspirabas era “sobre una historia sugerida por NOMBRE DE MUJER”. Durante los años 1940 escribió ocho películas y estuvo nominada al Oscar dos veces. En sus guiones, las mujeres escapaban del binomio víctima/malvada. No eran novias ni esposas, eran protagonistas de la historia. Marie Allen, la protagonista de Caged (Amarga condena, 1950), llega a la cárcel por participar de un robo en el que muere su marido y se encuentra con muchas mujeres que, como ella, están presas por participar en los escalones más bajos del delito. No eran momentos en los que criticar el sistema carcelario fuera exactamente un lugar muy visitado. Como en la vida real, en Caged la cárcel es un lugar irreformable que no reforma a nadie.
Leonardo Oyola escribió Ultra Tumba. Es una de amor pero también una de zombies y, con esos condimentos, cuenta algo de la vida ahí donde los seres humanos son deshumanizados. Oyola toma las palabras de Maikel de XTB para nombrar la cárcel como el “segundo hotel adonde van a parar los pobres”. La Oreiro es protagonista de una historia de amor que rompe los códigos en medio de una lucha por cambiar la relación de fuerzas entre los actores de la geopolítica del poder en la unidad penitenciaria conocida como la Chanchería. Pero lo que mejor cuenta Ultra Tumba son los deseos y las penas de las mujeres que viven privadas de su libertad y (como en la canción de Calamaro) también la sueñan despiertas.

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