10/7/25

Una niñera filipina

 


 

Cecilie llega a una casa espectacular después del trabajo. Angel prepara la cena; dos preadolescentes juegan videojuegos en el living, una bebé estira los brazos. Llega Ruby, se sientan a cenar todos juntos. Angel y Ruby son filipinas, están en este barrio coqueto de Copenhague (Dinamarca) trabajando como niñeras-cocineras-empleadas domésticas. Cecilie y su vecina son sus empleadoras. Todo va a complicarse. Así empieza Reservatet (Los secretos que ocultamos), una serie de noir nórdico en Netflix.  

“Dinamarca se retrata a menudo como una sociedad muy igualitaria, y nunca he visto hogares como estos representados en televisión. Quizás sea una realidad cuya existencia no queremos reconocer”. Esto lo dice Ingeborg Topsøe, creadora y guionista de Reservatet. Se refiere a los hogares de altos ingresos en las afueras de Copenhague, capital de Dinamarca, un país que rankea alto en igualdad de género. En el puesto número 15 en el mundo, tercero en la Unión Europea, Dinamarca tiene licencias familiares igualitarias, una brecha salarial de género reducida y números elegantemente progresistas de paridad en las mesas donde se toman decisiones políticas y económicas. 

Otra realidad difícil de reconocer es que esa igualdad se apoya en mano de obra barata y migrante (además de negocios globales y empresas coloniales -como se ve Borgen-). En ese contexto funciona el sistema au pair (en francés, a la par), un programa de empleo que en teoría estimula el intercambio cultural mediante la contratación de mujeres jóvenes de otros países para trabajar como niñeras. En la práctica, funciona como una fuente de mano de obra para el trabajo doméstico y de cuidados en países ricos mediante la contratación de migrantes con salarios bajos y visas temporales que terminan realizando muchas otras tareas. Estas condiciones propician abusos de todo tipo, ya que las au pair están solas en el país, viven en la casa de la familia que las emplea y dependen legalmente de ella mientras dure el contrato. 

La palabra au pair pretende recuperar algo de la experiencia de origen -institutrices educadas y de buenas familias que trabajan para otras “en igualdad”- y atenuar el antiguo estigma de servidumbre. Según la página de una agencia de au pair, el sistema se extendió luego de la Segunda Guerra Mundial cuando una gran cantidad de mujeres jóvenes de clase media educada buscaban oportunidades laborales. Desde 1969, el Consejo Europeo adoptó protocolos para estandarizar las reglas. La realidad es un poco más compleja, polarizada entre videos atractivos y hasta tendencias en Tik Tok que funcionan como virtual fuerza reclutadora y denuncias de abuso y explotación. 

Hoy, la mayoría de las au pair provienen de regiones pobres y a menudo existe una especie de reciclaje de viejos lazos coloniales entre el país de origen de las trabajadoras y el de destino. Muchas veces realizan tareas de limpieza y cocina, además del cuidado infantil, como pasa con las trabajadoras filipinas en Dinamarca y Noruega, sus principales destinos. En 1998, la denuncia repetida de abusos llevó a que Filipinas decidiera prohibir el programa, aunque fue una formalidad porque el país siguió siendo una fuente de mano de obra barata para los hogares daneses. Dinamarca continuó extendiendo visas laborales para las au pair y la posibilidad de acceder a un ingreso mucho más alto en el exterior valía los sacrificios y los riesgos a los que someten hasta hoy las filipinas. La prohibición se levantó en 2012 y se firmó un acuerdo que incluía la protección de los derechos de las niñeras. La realidad sigue siendo más compleja, como muestra la serie Reservatet

No pasa solo en Dinamarca. Islandia, considerado el país más igualitario del mundo, también tiene a sus au pair filipinas. Cerca del 10 % de la fuerza de trabajo es migrante y la primera minoría es polaca. Las polacas ocupan los puestos de trabajo menos calificados, concentradas en el procesamiento de alimentos y los cuidados. Una de las joyas islandesas es el sistema público de cuidados y las licencias familiares igualitarias, que facilitan la reinserción laboral de las mujeres cuando son madres. Muchas polacas que llegan al país buscando mejores condiciones de vida ingresan al mercado laboral en el sector de cuidados, ya sea trabajando directamente para profesionales nativas o empleándose en la red estatal. Siempre que leas la “sociedad más igualitaria del mundo” considerá que existen altas probabilidades de que una inmigrante esté cobrando poco por hacer un trabajo indispensable para esa igualdad

El esquema que se ve en las casas de Reservatet es internacional y se apoya sobre el prejuicio patriarcal que coloca a las mujeres a cargo de las tareas del hogar, realizándolas ellas mismas de forma gratuita o pagándole a otra mujer (por eso la mayoría son empleadoras y empleadas). Lo hacen las ejecutivas, las profesionales y empleadas de “cuello blanco” y sectores de la clase trabajadora. La filósofa Nancy Fraser explica que a medida que un sector de mujeres ingresa a puestos más calificados y demandantes delegan su rol en el hogar a otra persona y esa persona casi siempre es una mujer. ¿A quiénes recurren? “A las mujeres inmigrantes, a menudo racializadas, que vienen del otro lado del mundo [o del país], dejando a sus propias familias bajo el cuidado de otras personas, mujeres más pobres, que deben apoyarse a su vez sobre otras que son todavía más pobres que ellas”. Se constituyen así las cadenas globales de cuidado. La socióloga feminista Arlie Hochschild habla de “fuga de cuidados” (care drain en inglés), emulando el concepto fuga cebreros, para referirse al impacto que tiene la migración hacia países ricos para cuidar en las familias y países de origen de las trabajadoras que migran. ¿Quién cuida a los hijos e hijas, padres y madres mayores de las au pair de los barrios ricos de Copenhague? Probablemente otra mujer, a la que le pagarán una fracción de las remesas que envían desde Dinamarca o lo hará de forma gratuita. En ese loop infinito y femenino se encuentra “la fuente de dependencia económica de las mujeres y de su desigualdad social, no solo dentro sino también fuera del ámbito privado”, como escribe Andrea D’Atri en el prólogo de Marx, las mujeres y la reproducción social capitalista de Martha E. Giménez.

La hija, el jardinero y la ingeniera 

Historia natural (Blatt & Ríos) es la nueva novela de Marina Yuszczuk. La autora de La sed reincide en el gótico rioplatense, esta vez en el museo de Ciencias Naturales de La Plata de la mano de Virginia, hija de su fundador Francisco P. Moreno. Ansiosa por la atención de su padre, ignorada por su madre y criada por empleadas y asistentes, Virginia añora una vida vedada para ella. El intento de embalsamar a su perro, la llegada de “los indios” y la relación con Lákax abren la puerta a otros mundos, aunque casi todo sucede en las fronteras del museo. En las búsquedas de Virginia, nos cruzamos con la brutalidad en nombre de la ciencia, la reducción de los pueblos originarios a piezas de museo, objetos sin historia presentados como vagos (quizás su última resistencia a la barbarie civilizatoria de la que Moreno participa). En una entrevista, Marina Yuszczuk habla sobre lo inaccesible de la experiencia de los indígenas que vemos en los retratos, aunque a veces aparece algún destello, en la charla menciona el cuadro La vuelta del malón. Esa imagen me transportó a la obra de teatro Pampa escarlata (Julián Cnochaert) y la relación entre Mildred Barren (una Lucía Adúriz alucinante) y la empleada indígena, que con una sopa misteriosa le abre la puerta de su mundo a esa inglesa que pinta para no morirse de aburrimiento.

El amo del jardín es un documental de Fernando Krapp sobre Yasuo Inomata, un paisajista japonés que en los años 1960 llegó a Argentina y se estableció en Escobar. El Jardín Japonés de Buenos Aires (protagonista de una lucha de poder y negocios en la pequeña comunidad japonesa) y el de Escobar (este sí fiel a la idea de Inomata, que dice que para entender cómo se hace un jardín japonés hay que ir a Japón) son sus trabajos más conocidos aunque no los únicos. Su obra con mayor impacto está en una de las arterias infernales del área metropolitana de Buenos Aires: la avenida General Paz. En los años 1990 fue el encargado de trasplantar 1.100 árboles durante la ampliación de la autopista. Utilizó la técnica milenaria Tarumaki, que consiste en atar un pan de tierra para contener las raíces del árbol y movilizarlo con una grúa a su nuevo lugar (pido disculpas a Inomata por esta definición torpe). Ingeniero agrónomo de profesión, desarrolló el paisajismo con una pasión que lo llevó a recorrer Argentina en búsqueda de las piedras perfectas para los jardines que diseñó. Su mirada sobre los espacios, cómo pensó cada camino, cada trayecto del agua, cada superficie; todo remite al tiempo, no solamente a cuánto duran las cosas sino a qué hacemos con él. Hoy cuando el tiempo está condenado a ser productivo o no ser, detenerse a escuchar a alguien que pensó espacios para estar, disfrutar y contemplar suena a rémora del pasado pero -para mí- tiene que ver con pensar en el futuro. 

Hablando de ingenieros y caminos, Elisa Bachofen fue la primera ingeniera de Argentina, egresada de la Universidad de Buenos Aires, inventora inquieta y primera proyectista de puentes de la Dirección de Puentes y Caminos, hoy Vialidad Nacional. Elisa se graduó como ingeniera en 1918. Eran los años de las pioneras, de las que entraban a las facultades pateando prejuicios como Julieta Lanteri, con quien compartió militancia en la Unión Nacional Feminista. Cuando Bachofen estudiaba ingeniería a la mayoría (masculina) le parecía una ridiculez. ¿A quién se le ocurría que una mujer trazara y diseñara caminos? Me la imagino a Elisa riéndose en voz baja mirando las tuneladoras, subestaciones eléctricas y calles con su nombre. De lo que no se reiría la ingeniera Bachofen es de la destrucción de Vialidad Nacional que planea el gobierno (planea porque no está dicha la última palabra, sus trabajadoras y trabajadores resisten). 

Cierro con dos avisos parroquiales. Escribí un perfil sobre el gigante de fast fashion Shein y el secreto de su éxito en la revista Nueva Sociedad. Hay un nuevo episodio de Fuera de algoritmo, un programa de literatura, series y cine que hacemos con Ariane Díaz en La Izquierda Diario+. En “¿Dios, patria y trabajo?” hablamos de la novela El descontento de Beatriz Serrano y la película Así en el cielo como en la Tierra de José Luis Cuerda. 

 

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