Esta semana volvió a dar vueltas una idea que se había instalado al comienzo de la pandemia: las mujeres somos mejores para gobernar y, sobre todo, para enfrentar crisis. Esta vez lo dijo Michelle Bachelet, expresidenta de Chile y actual Alta Comisionada para los Derechos Humanos en la ONU.
Durante los primeros meses de cuarentena simultánea en varios países de Asia y Europa, primer epicentro del coronavirus, la revista Forbes publicó un artículo en el que decía cosas como, “las mujeres avanzan y le muestran al mundo cómo manejar un momento complicado de nuestra familia humana” o, “esta pandemia revela que las mujeres tienen lo que se necesita cuando las papas queman en las casas de gobierno”. No es casual el uso de las palabras familia y casa. Son prejuicios reciclados.
La mayoría de los países que eligió Forbes son europeos, muchos son nórdicos (con un importante acceso a servicios públicos, altos ingresos y baja desigualdad) como Dinamarca, Finlandia, Islandia y Noruega. No son los únicos países gobernados por mujeres (que son realmente pocos, 20 sobre 190), pero son los que encajan en el relato que quiere contar: es posible la “igualdad de género” aunque vivamos en sociedades desiguales.
A los medios de comunicación les encanta hablar de la ternura y la claridad de la primera ministra de Noruega, Erna Solberg, que organizó una conferencia de prensa para niños y niñas . “Es como si sus brazos salieran del video para darte un abrazo cariñoso. ¿Quién imaginaba que un líder podía sonar así?”. Pero probablemente el éxito noruego tenga más que ver con que son un poco más de 5 millones de habitantes, con un PIB per cápita alto de aproximadamente 75.000 dólares y se encuentra entre los países con menor brecha de ingresos y de desigualdad entre los géneros. A Forbes no le gusta tanto contar que a Solberg le dicen “Iron Erna” (como a Margaret Thatcher le decían la “dama de hierro”), que encabeza una coalición conservadora y que en Noruega hace años avanza la xenofobia, como en gran parte de Europa.
Otro ejemplo que le gustó a Forbes es Islandia. Ahí viven 360.000 personas, el ingreso per cápita es de casi 67.000 dólares y el salario promedio se encuentra entre los más altos del mundo, con una brecha de desigualdad pequeña. El Estado que lidera Katrín Jakobsdóttir hizo muchos más tests (gratuitos) que Corea del Sur, en relación con su población e implementó un sistema de rastreo para detectar contagios. Esto parece explicar los resultados de su estrategia y no la mano “femenina” para el cuidado.
Por supuesto, Forbes no cuenta que la receta islandesa tiene el ingrediente de la mano de obra migrante, que suele vivir en peores condiciones (en junio se incendió una vivienda en la capital, donde se alojaban 73 migrantes que empleaba una agencia de trabajo temporal). Cerca del 20 % de la fuerza de trabajo de Islandia es migrante y la primera minoría es polaca. Las mujeres de ese origen son las que ocupan mayoritariamente los puestos de trabajo menos calificados (procesamiento de pescado, una industria estratégica, y cuidados). Siempre que leas sobre la “sociedad más igualitaria del mundo” acordate de que hay una inmigrante cobrando un salario más bajo por hacer un trabajo indispensable.
Hay gobernantes que ni siquiera salen en la foto, Forbes prefiere no mencionarlas ni hablar de su ausencia. No sabemos nada de la primera ministra Sheikh Hasina de Bangladesh (un país que conocemos por las protestas de sus obreras textiles, que hoy están cobrando un tercio del salario). Tampoco de Ana Brnabic, primera ministra de Serbia, donde hubo rebrotes y la posibilidad de un toque de queda desató protestas en la capital, Belgrado. O de Kersti Kaljulaid, presidenta de Estonia, que tuvo que emitir bonos a finales de marzo para mantenerse a flote.
Ese no sé qué
Si hay una característica especial que distingue a las mujeres al frente de Estados capitalistas es que son miembros de un colectivo oprimido por su género en las sociedades que gobiernan. Su presencia en los puestos más altos de poder no modifica la opresión de la mayoría de las mujeres, las cosas funcionan esencialmente igual. Me refiero a que las sociedades capitalistas gobernadas por mujeres se apoyan en la misma base que aquellas gobernadas por varones: la explotación (de la mayoría que vive de su fuerza de trabajo) y la opresión (de género, etnia, entre otras).
Es cierto que los tiempos cambiaron. En gran parte del mundo, en los papeles, las mujeres podemos hacer casi cualquier cosa. Pero la opresión de género es sistémica, es decir, el sistema la necesita para seguir funcionando. La mayoría de las mujeres realiza tareas domésticas y de cuidados no remuneradas (y cuando lo son, lo hacen mujeres más pobres), la discriminación o la violencia machista no dejaron de existir y la mayoría de las personas que viven en la pobreza son mujeres.
¿Esto invalida las conquistas que conseguimos con la movilización durante décadas? Para nada. Hace que exista una brecha cada vez más grande entre la igualdad de la ley y la igualdad de la vida (eso es lo que hace mucho ruido). Las democracias capitalistas sofisticaron sus modos, se apropiaron incluso del discurso feminista (liberal). El feminismo no es una víctima en esta historia: terminar legitimando políticas neoliberales es el resultado de un proceso. Es uno de esos “es más complejo”. Por ahora, les dejo este link, pero sobrarán oportunidades para volver sobre el tema.
Abajo y peor
El mismo prejuicio de “cuidadoras natas” sobre la minoría de las mujeres que gobierna se aplica a la mayoría. El prejuicio patriarcal (que es previo, pero el capitalismo exprime con mucha habilidad) de que cuidar, educar y limpiar son tareas femeninas se extiende al mercado de trabajo y hace que las mujeres seamos mayoría en sectores de cuidados, con salarios más bajos y mayor tasa de precarización.
Esas desigualdades se agudizan en las crisis económicas o sociales, como la que vivimos ahora. Por eso, muchos estudios ya adelantan que las consecuencias van a afectar a las mujeres de forma desproporcionada. Acá se cierra el círculo: la condición de género (ser mujeres) y la de clase (ser trabajadoras) se enlazan de forma específica. Si nunca leíste a Engels, esta es una gran oportunidad para empezar.
En Argentina, nadie nos tiene que contar nada. Hasta el gobierno debe reconocer las desigualdades (esto es mérito nuestro), incluso las señala, pero vivimos en un contraste. Se presenta un plan de obras públicas con perspectiva de género, pero parece escrito en otro idioma y no tiene la traducción urgente que necesita la mayoría, que se siente más identificada con las que toman tierras en Guernica porque no tienen dónde vivir. A propósito, te recomiendo la última entrega del newsletter El juguete rabioso de Pablo Anino, que habla sobre este tema.
Por cosas como estas el patriarcado no se va a caer, tenemos que tirarlo.
El palacio, el fuego y el fin del mundo
Antes de ir a otra cosa, si hablamos de mujeres, política y países nórdicos, no puedo no recomendarles que vean Borgen (ahora está en Netflix). Es una serie sobre la primera mujer que llega al poder en Dinamarca: mucho palacio, mugre y política. Pero, también las y los de abajo pueden aprender de ese arte.
No sé si vieron el cielo rojo de la ciudad de San Francisco en Estados Unidos, afectada por los incendios en el estado de California. San Francisco tiene tatuado el fuego en su historia, en 1906, un terremoto y un incendio la dejaron en ruinas. En ese momento, un grupo de artistas se trasladó a la ciudad Carmel by the Sea (Carmel a la orilla del mar), donde existía un Club de Artes y Oficios que apoyaba y producía obras artísticas. A una de esas artistas, la escritora Mary Austin, se le ocurrió construir un teatro de madera en el bosque de Carmel, que todavía existe. Jack London escribió sobre esa colonia de artistas en El valle de la luna (1913). Alguna gente dice que esa novela es como En el camino de Jack Kerouac, cincuenta años antes.
Si están para manijear fin del mundo, tienen que ver El Colapso (se ve acá, no, no está en Netflix). Lo que más me gustó de esta miniserie es que ni se gasta en ser distópica, solo ensaya una variación de velocidades de problemas actuales, básicamente el agotamiento de recursos y qué pasa con la población (adivinen si hay un grupito de ricachones que tiene un seguro por Apocalipsis). Son 8 episodios cortos, 8 postales, de un escenario de colapso.

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