9/10/20

La primera vez

 

En mayo de 1986, se realizó el primer encuentro nacional de mujeres, que más tarde sería el Encuentro con mayúsculas. La reunión pionera comenzó el 23 de mayo en una Buenos Aires atravesada por actos políticos oficialistas y opositores. El presidente Raúl Alfonsín hablaba en Plaza de Mayo y Carlos Menem convocaba en Plaza Once a “hacer la unidad total del movimiento” para alinear al conjunto del peronismo tras su figura.

 

Cuarenta y cinco mujeres conformaron la Comisión Promotora del I° Encuentro Nacional de Mujeres. Esa primera reunión fue autofinanciada (se hicieron aportes personales, dos peñas y se distribuyeron bonos contribución, las carpetas que se usaron las donó el Banco Provincia, como cuenta Mujeres pariendo historia). Fue en el Centro Cultural San Martín y algunos sindicatos colaboraron para que pudieran participar mujeres de todo el país (muchas llegaron a pie porque el 23 de mayo había paro de transporte).

 

El encuentro no surgió por generación espontánea. En 1985, las mujeres habían conseguido la patria potestad compartida y peleaban por el derecho al divorcio. En 1986 se celebró el tercer 8 de marzo desde el fin de la dictadura. “No hay hombres libres sin mujeres libres”, decía una pancarta y recordaba que la democracia no cumplía con toda la población siquiera sus promesas formales. Estaba firmada MM (Mujeres en Movimiento, una revista fugaz de María Moreno, Laura Klein, Sylviane Bourgetau y Mónica Tarducci) y la contratapa de esa revista que repartían decía (según, la propia María Moreno, “casi gritaba”): “La violencia contra la mujer es una violación a los derechos humanos. Aborto Libre y Gratuito, contra todo tipo de discriminación sexual”. Otra pancarta que se asomó a la plaza de los Dos Congresos fue “La mujer debe dejar de parir para ser persona”, la llevaba María Elena Oddone. No fue el único cartel suyo que invitaba a la polémica, en 1984 había llevado uno que anunciaba: No a la maternidad, al placer.

 

Una crónica de la revista Brujas (de la Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer) recuerda algunos de los temas en debate en ese primer encuentro: la deuda externa, la libertad de Hilda Nava de Cuesta (presa política desde la dictadura), jardines de infantes, derecho al aborto, derecho al divorcio, trabajadoras de casas particulares. Uno de los talleres más concurridos fue el de “Mujer y participación”, una marca del fin de la dictadura y de las posibilidades que veían las mujeres de una “primavera democrática” que, en realidad, ya empezaba a agotarse. En el taller de Feminismo, “se trabajó sobre la necesidad de definirse como movimiento social y político”, así lo recogen Amanda Alma y Paula Lorenzo en Mujeres que se encuentran. A este newsletter le gusta esta definición.

 

El encuentro se realizó año tras año. Las experiencias dieron lugar a nuevos debates, no solo alrededor de los reclamos sino también de los métodos de organización. La injerencia de la Iglesia católica se hizo evidente en 1997, cuando la institución abandona su indiferencia inicial y decide intervenir (con diferentes grados de violencia). La masificación que llegó con el 2001 convulsionado instaló debates sobre la autoorganización y las formas de decidir (votar o consensuar), llegaron las trabajadoras de las fábricas recuperadas, las mujeres de los movimientos de desocupados, la agenda del movimiento empezó a confluir en la calle con otras luchas. El encuentro de 2003 instaló el derecho al aborto legal como reclamo fundamental. Ese encuentro en Rosario fue mi primera vez, cuando volvimos a nuestras ciudades decidimos fundar una agrupación, le pusimos Pan y Rosas. Podría reconstruir muchas escenas y también nombrar muchas personas, creo que los nombres de Dora Coledesky y Lohana Berkins lo resumen bastante bien.

 

Si vuelven a ver los reclamos de ese 1986, muchos siguen vigentes. Los cambios, nunca a tiempo ni suficientes, son mérito de nuestra lucha, de un movimiento que se fortalece cuando sale a la calle, cuando no baja la voz, cuando debate y no silencia sus disputas. Algunas pancartas son las mismas, como el aborto legal, seguro y gratuito y la lucha contra la violencia patriarcal.

 

Este año no habrá Encuentro, pero nada impide intentar responder las preguntas que arroja la realidad: ¿qué reclamos estarían en el centro en 2020? ¿Qué acciones hacen explícito nuestro apoyo a las que hoy ocupan tierras y resisten los desalojos? ¿Cuánto tiempo es demasiado para esperar que se cumpla una promesa? No son debates abstractos, se desarrollan en un contexto concreto: un sector del movimiento de mujeres se integró a las instituciones estatales. El feminismo de los ministerios no solo no redundó en cambios significativos en la vida de las mujeres sino que, en los hechos, colaboró en apagar la potencia de un movimiento político que protagonizó los debates y las movilizaciones más importantes de los últimos años.

 

Nuestras pancartas hoy tienen el color de las calles jujeñas que dicen Ni una menos y tienen los nombres de las mujeres de Guernica, que siguen viviendo en un páramo donde se potencian las desigualdades de clase y de género.

 

Sandra y Celeste, César y Carlos

 

La primera vez que escuché hablar de una lesbiana fue cuando fusionaron cuarto A y B y empecé a cursar con una chica que se llamaba  Sandra. Como fui a la primaria bajo el reinado de Sandra y Celeste, era un chiste obvio (aunque la mayoría no sabíamos bien de qué se trataba). El fin de semana pasado dieron vueltas en Twitter un video de ellas cantando “Mujer contra mujer” en el living de Susana Giménez en 1990 y todas las comparaciones derivadas sobre la pacatería y la homofobia en los medios ayer y hoy. Circuló menos la charla con Juan Carlos Badía en Marca de Radio el año anterior que, cuenta Gus Casals, fue la primera vez que se habló en la televisión abiertamente de su relación. En 2020, suena un poco prehistórico. Pero antes de que existieran redes sociales, donde se pueden postear las fotos más lindas de la marcha del orgullo, y las marcas se pelean por hacer la publicidad más diversa, una parte del debate era sentarse en mesas ajenas y responder “preguntas” en televisión. Si existieron cambios fue sobre todo en la conversación de este lado de la pantalla, por las y los que luchan contra la opresión.

 

Siempre pensé que Celeste Carballo era de Coronel Pringles por su canción Querido Coronel Pringles, pero nació en Villa Devoto, aunque vivió en ese rincón de la provincia de Buenos Aires durante la infancia. El suyo es más agreste que el de un pringlense de ley: César Aira. En Cómo me hice monja evoca el Pringles de las callecitas y las casas de persianas de madera bajas, con sus dualidades, empezando por el narrador que es el Don César que saluda la gente y en sus pensamientos, “Yo estremecida, trémula, húmeda, con el vaso de helado en una mano y la cucharita en otra, la cara roja y descompuesta”. Pero si no menciono El mármol creo que no hago justicia, aunque después de varios años de decir “Tenés que leer a Aira” aprendí que La villa es un lugar seguro para empezar. A alguna (¿mucha?) gente le cae mal César Aira por una variedad de motivos (entre ellos, que escribe demasiado o que habla demasiado poco). Se le critica, entre otros temas, que no da entrevistas y que presume sin pudor que su literatura no habla de la realidad social y política, que ve el mundo desde su torre de marfil y solo atiende su “pequeño jardín”, como él mismo dice, citando a Cándido de Voltaire. Aunque me interesa la literatura que habla de la sociedad y sus problemas, me parece que no está escrito en ninguna parte que sea un requisito (tampoco estar de acuerdo con las opiniones del escritor).

 

El jueves, la poeta estadounidense Louise Glück se llevó el premio Nobel de literatura. Finalmente, no se cumplió la profecía del escritor mexicano Carlos Fuentes en La silla del águila. En esa novela, Fuentes le entregaba el Nobel a César Aira. Así le devolvía el favor al escritor argentino, que en El congreso de literatura viajaba a un evento literario con el objetivo secreto de dominar el mundo clonando a Carlos Fuentes. El corazón de La silla del águila es un México en 2020, inundado de violencia, corrupción y sucesiones presidenciales. Cuando le preguntaron a Aira si ganar el Nobel arruinaría su reputación de no ser una figura pública, respondió que sí pero que el millón de dólares del premio le serviría de consuelo. Fuentes, por su lado, cumplía de alguna forma con los requisitos (que Aira resume con ironía como ser un autor “de los derechos humanos” o “de la soledad del hombre contemporáneo”) y se murió sin la medalla, aunque él dijo que se “dio por premiado” cuando se la entregaron a Gabriel García Márquez en 1982.

Nos vemos la semana que viene y #QueSeaLey.


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