15/6/21

Madre hay una sola

 

Primer y único aviso. Si todavía no viste Mare of Easttown y sos sensible a los spoilers, voy a recomendarte que guardes este newsletter para después. Si no sabías que querías verla, yo que vos lo leo. Te vas a sorprender igual. La que avisa no traiciona.

“¿Está bien que interprete a una mujer de mediana edad que es abuela y tiene sexo ocasional?”. Se lo preguntó Kate Winslet mientras construía a su personaje Mare, de la miniserie Mare of Easttown. Esa pregunta sencilla encierra varias cuestiones que atraviesan la maternidad en las sociedades patriarcales. Y, aunque hoy esté atenuada como destino obligado, sobre ella siguen construyéndose prejuicios y estereotipos como el instinto maternal, la cuidadora nata o la empatía como rasgo del género.

En Mare of Easttown, resolver el enigma es una parte importante del atractivo. Pero episodio a episodio se despliegan otras historias y, de alguna forma, una gran historia de maternidades. Algunas reseñas dicen que es un policial envuelto en un drama o un drama disfrazado de policial. El asesinato de una adolescente conmociona a un pueblo que busca hace un año a otra chica desaparecida. La protagonista es una detective de Policía, que además es madre y abuela. No es la primera detective ni la primera mujer que trabaja y tiene hijos, pero logra un equilibrio interesante y huye de forma elegante de la dicotomía gastada de la mujer que se entrega o abandona “lo femenino”.

Mare Sheehan no es la detective que “está sola” para triunfar en su carrera como Stella Gibson en The Fall, tampoco se aleja de su hijo obsesionada por el caso como Sarah Linden en The Killing. Quizás la única con quien comparta cicatrices es con Catherine Cawood de Happy Valley (aunque el escenario británico y la historia de su hija la lleven por otros rumbos).

Mare es una policía imperfecta: administra con empatía las relaciones sociales en Easttown, una ciudad obrera en ruinas, marcada por la pobreza, la adicción a los opiáceos o la violencia, pero también abusa de su poder. Lo interesante es que casi no hay romantización del trabajo policial, un coqueteo constante en la versión televisiva del género, ni se esconden los prejuicios: “Ya sabe cómo es esto. Katie Bailey era una drogadicta con antecedentes de prostitución. Debe estar en el fondo del río Delaware”, dice Mare cuando su jefe le reclama por la falta de avances. Mare es una persona imperfecta: su maternidad está asediada por la muerte de un hijo, el duelo es complicado y desprolijo, no es especialmente amorosa con su hija (que espera constantemente su atención) ni con su madre. Se desvive por su nieto (el hijo de su hijo muerto) sobre todo porque es la promesa imposible de una oportunidad de no cometer los mismos errores. 

Mare, abreviatura de Marianne (que al pronunciarlo en inglés suena “mère”, madre en francés), es una de las que componen el “matriarcado fascinante” de Easttown, donde les toca “a las mujeres, a las madres, hacer las cosas que importan”. En la serie aparecen escenas y momentos de la maternidad, no siempre luminosos. La madre adolescente que se sorprende y le teme a un amor que no imaginaba, la madre que no se resigna a encontrar a su hija desaparecida, la abuela que planta drogas en el auto de la madre su nieto con la esperanza de hacerla perder la custodia mientras trata de recuperarse de sus adicciones y, sobre todas ellas, la madre que cuida a la que cuida. Helen (madre de Mare, interpretada por Jean Smart) tiene la palabra justa para romper la tensión, para decir lo que no funciona y empuja la reflexión comiendo en una pizzería cualquiera, cuando le dice que se desquitó con ella porque estaba enojada con cómo había resultado su matrimonio y no era feliz. Mare le dice que la perdona y ella responde “Qué bien, porque yo ya me había perdonado”, y lo que quiere decirle es que debe perdonarse ella misma. Helen es la que administra los lazos en esa familia rota, la que convence a las partes del armisticio, la que recompone el diálogo. Casi un calco del rol que juega Mare en Easttown pero sin poder de policía.

Probablemente, la ironía más grande sea que la madre que perdió a su hijo es la que interviene las tramas de todas las maternidades. Mare no pudo salvar al suyo, ¿busca entonces salvar a los hijos e hijas de otras mujeres? ¿Buscar salvar a la comunidad mediante esa extensión social de la maternidad que es la tarea de cuidar? Evitar que los adictos roben a sus vecinos, evitar que alguien muera de frío por no tener gas, conducir interrogatorios policiales a adolescentes con tono maternal, evitar que se pierdan otros hijos. 

El día del último episodio, la plataforma de HBO colapsó durante unos minutos por la cantidad de conexiones simultáneas (oficiales, las otras no cuentan) para ver el final (o los finales) de la historia. La miniserie captó la atención de los medios y los comentarios se repartieron, casi en partes iguales, entre la aparición de otros relatos en un género intoxicado de plot twist, el peso (demasiado) y el maquillaje (demasiado poco) de Kate Winslet. Winslet pudo haber interpretado un papel increíble y producido hasta el último detalle de la serie, pero su cuerpo y su comportamiento son materia de opinión, aunque exhiba los mismos hábitos que cualquier otro detective. Porque Mare cuenta muchas historias pero no aquella tan cara a la pantalla en la que hasta la mejor detective es un objeto sexual. La propia Winslet tuvo que frenar afiches promocionales con su cara retocada digitalmente y rechazar la oferta del director de editar una escena donde se veía que su abdomen no era plano. 

Mare of Easttown trajo novedades pero, ¿es ese “imperativo materno” una de ellas? El territorio de la empatía y los cuidados siempre fue gobernado por lo femenino. Si algo cambió es la forma en que las producciones culturales procesan los cambios que se piensan, se dicen y suceden de nuestro lado de la pantalla. Casi ningún programa con credenciales progresistas diría hoy que la maternidad es un destino, pero la carga de la crianza y las desigualdades en el reparto de las tareas de cuidado pueden tener tramas diferentes. Hay incluso discursos y lecturas feministas que abonan la diferencia de lo femenino y le asignan un valor positivo a lo que las sociedades capitalistas muestran como inferior. Aquí cabe la pregunta que se hicieron varias feministas: ¿acaso esto cambia las cosas? La respuesta es antipática e incómoda. No. 

¿Qué propone de interesante Mare? Reformula la manera de contarlo. No esconde la mugre de las relaciones sociales que se mezclan con la maternidad, no finge extrañeza entre los estereotipos y los sentimientos alrededor de ella.

Madres, madres everywhere

La maternidad es una ocupación de 24 horas. Los hombres tienen hijos, las mujeres son madres. “La maternidad es una relación humana como otras, no el reino mítico que venden”, dijo la socióloga Orna Donath hace unos años cuando se le ocurrió analizar qué pensaban las mujeres que se arrepentían de ser madres. Esos mitos muchas veces opacan el hecho de que la maternidad (incluso la deseada) se construye sobre la opresión de las mujeres y su lugar en la reproducción (que incluye la reproducción biológica) de una sociedad organizada alrededor de la explotación. La feminista marxista y psicoanalista Juliet Mitchell dice que “el capitalismo idealiza la maternidad, por un lado, y la hace imposible, por el otro. Y ahora esa combinación idealización-imposibilidad es cada vez más fuerte”.

La pandemia de Covid-19 mostró los efectos concentrados de esa combinación sobre la mayoría de las mujeres: sobrecarga de tareas de cuidado, reducción de la participación en el mercado de trabajo y ampliación de las brechas de desigualdad. “Este fue el año en el que todos descubrieron que cuidar es un trabajo duro”, dice Sarah Jaffe en un artículo que recorre los prejuicios que acompañaron las luchas de las mujeres en Estados Unidos, sobre todo de las mujeres negras, para que se reconozca que la sobrecarga de los cuidados (muchas eran madres solteras) obstaculizaba su participación en el trabajo remunerado. Las que desafiaron el prejuicio de “acá no trabaja el que no quiere” o el “se embarazan por un plan” de allá fueron bautizadas como las “reinas de la asistencia social”, un estereotipo que sobrevive hasta hoy. En Argentina, la segunda ola de Coronavirus encontró a las jefas de hogar con los mismos problemas que en la primera pero sin políticas públicas que intenten paliar mínimamente las desigualdades preexistentes que crecen. Extrañamente, medidas que se presentaron como feministas (confundiendo la feminización de la pobreza evidenciada en la sobrerrepresentación de las mujeres entre beneficiarias y beneficiarios del Ingreso Familiar de Emergencia de 2020) hoy están ausentes de la agenda de un gobierno que en los hechos sigue privilegiando los intereses de los bancos, las grandes empresas y los acreedores de la deuda externa.

No hay una sola madre

Mala madre es un disco de Camila Moreno. Es el nombre que tiene en Chile la planta que acá conocemos como Lazo de amor. La explicación es que la planta es “mala madre” porque aleja a sus “hijos” (hijuelos o retoños, según mi asesora en botánica) al momento de la reproducción. Camila contó que esa diferencia en los nombres la hizo reflexionar sobre los juicios morales constantes que se hacen sobre las mujeres, desde las brujas y la Inquisición hasta nuestros días. Si les dio algo de curiosidad, ojalá escuchen Máquinas sin Dios, que me parece uno de los temas más lindos del disco, con ecos de esa magia que le sale tan bien a Juana Molina.

Master of None estrenó hace poco su tercera temporada con el título Moments in Love, casi sin Aziz Ansari en la pantalla y centrado en Alicia y Denise (amiga de Anzari e hija de Angela Basset, que nos regaló este instructivo express de género, raza y clase en la primera entrega). La maternidad aparece en uno de esos “momentos en el amor”, aunque no necesariamente como condición. El episodio 4 está centrado en el deseo de Alicia de ser madre y el complicado proceso de fertilización in vitro narrado a través de las emociones y las conversaciones con su mamá, la trabajadora del centro de salud que la atiende con un amor que seguramente no es proporcional a su recibo de sueldo y la voz de una empleada administrativa que la llama para darle los resultados, buenos y malos, de cada etapa.

Mildred Pierce es otra serie en la que Kate Winslet interpreta a una madre, que en plena Gran Depresión de Estados Unidos se separa de su marido y queda a cargo de dos hijas. Mildred deposita todas sus esperanzas en las hijas, sobre todo en Veda, una arrogante insoportable con quien tiene una conexión muy fuerte, y hará cualquiera cosa para que no le falte nada. Es la segunda adaptación de renombre de la novela homónima de James M. Cain publicada en 1941. La primera fue en el cine en 1945, protagonizada por Joan Crawford y que le valió el Oscar a la mejor actriz. Winslet no se quedó atrás y ganó casi todos los premios por la interpretación de esa mujer que tiene que volver al trabajo en medio de la desocupación masiva de los años ‘30. Si ya vieron Mare of Easttown van a reconocer a Guy Pearce, acá también cautivado por la protagonista. Cuando filmaban Mildred Pierce, Kate Winslet le contó que estaba enamorada de él desde que participaba de Vecinos, una novela adolescente que pasaban en la televisión británica cuando era chica.


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