16/11/21

Las impacientes

 



Las impacientes

Desde el domingo se delinean análisis de triunfos y derrotas. En las elecciones primarias, el crecimiento de la derecha autodenominada “liberal” ya se presentaba como fantasma a la medida de un oficialismo que intentó unir con el espanto más que con el amor. En septiembre, la izquierda resultó tercera fuerza nacional y consolidó su crecimiento en las generales con cuatro bancas del Frente de Izquierda Unidad en el Congreso Nacional, además de legisladores y legisladoras, concejales y concejalas. “No se confirmó el giro unilateral hacia la derecha que tanto se había agitado post-PASO. Se expresó una clara tendencia a la polarización”. Esto que dice Fernando Rosso me parece que lo resume muy bien. Mañana van a poder leer mucho más en Del otro lado (si todavía no lo recibís, te suscribís acá).

La elección del FIT, además de los diputados de la provincia de Buenos Aires Nicolás del Caño y Romina del Plá, incluyó dos novedades. El 25 % de los votos en Jujuy que llevan a Alejandro Vilca, militante de izquierda y recolector de residuos de origen coya, al Congreso (¡una de cada 4 personas lo votaron! Fernando Soriano escribió este perfil). La izquierda conquista una banca en la Ciudad de Buenos Aires, la primera en 20 años, y la ocupará Myriam Bregman (si leés esta newsletter, ya la conocés, si pasaste de casualidad, acá podés leer algo sobre ella). Cuando solo se hablaba de la derecha, Vilca y Bregman apuntaron cosas interesantes.

Cuando hablamos con Ale Vilca en nuestro programa El Círculo Rojo, nos decía que “el lenguaje de ultraderecha que usa Milei acá lo usa el gobernador Gerardo Morales”, conversando sobre las “nuevas” derechas que, en realidad, existen hace tiempo y tienen diferentes expresiones. Myriam Bregman definió ese fenómeno como “reacción patriarcal” en una entrevista con Ingrid Beck. Y señaló que los cambios en el gabinete después de las primarias (el famoso “volumen político”) representaban “un giro a derecha, conservador y patriarcal”.

En estas elecciones, las coaliciones mayoritarias borraron la agenda instalada por el feminismo, el movimiento de mujeres y LGBTQ+ (un poco por desinterés y otro poco porque se eligió como “responsable” de la derrota oficialista en las primarias, como si el cupo laboral travesti trans fuera responsable de la pobreza y la precariedad y no las políticas de ajuste fiscal). El mensaje parecía ser que una vez conquistado el derecho al aborto quedaban postergadas para otro momento todas las demandas de un movimiento que lucha contra la opresión (con sus diferencias políticas, ideológicas y de clase). Me gustó cómo lo explicó Myriam en una entrevista con Julio Leiva: “El aborto no es el final del camino, es el principio de la conquista de muchos de nuestros derechos. El patriarcado es la sombra del capitalismo y hay que enfrentarlo en las calles”. También decía que es “necesario volver a las calles con el movimiento de mujeres e imponerse contra quien haya que imponerse” y el domingo, cuando se conocían los resultados dijo algo muy parecido: “Vamos a dar el debate en el Congreso pero las luchas se ganan en la calle”.

***

Existe la idea de que el progreso es inevitable. Que es posible avanzar de forma gradual y, como consecuencia, debemos ser pacientes para que un gobierno, un parlamento o un régimen político amplíe nuestros derechos. El hecho mismo de que se haya instalado ese verbo, pisoteando un poco el conquistar, dice bastante de una condición implícita: tolerar que solo es posible ampliar en los márgenes de una democracia bastante restringida.

Las demandas relacionadas con la opresión suelen entrar en la categoría de “no es el momento”. Para muchos y muchas, las expresiones de la opresión no aparecen con la urgencia de los reclamos relacionados con la explotación laboral. Porque en estas democracias es conveniente que la mayoría no se inmiscuya en política y se mantenga en el terreno económico. Pero sobre todo porque a estas democracias les ha rendido mucho ocultar el link que une la opresión y la explotación.

La paciencia es un lujo que no podemos darnos

A veces olvidamos que muchas conquistas están relacionadas con gente que no tuvo paciencia. Las inconvenientes tienen mala prensa en su época pero son la locomotora de nuestras luchas. Hace poco me encontré con la historia de la licencia paga por maternidad. Creo que ningún sommelier de momentos diría que el periodo entreguerras era el “indicado” para discutir que los Estados y los empleadores debían garantizar el ingreso de las trabajadoras que tenían hijos. ¿Por qué terminó en la agenda de la recién nacida Organización Internacional del Trabajo (OIT)? Por la insistencia de las militantes sindicales y las sufragistas.

La OIT fue fundada en 1919 con el objetivo de establecer estándares laborales internacionales. Ese año, recomendó una licencia paga de 12 semanas, cuidado médico gratuito durante y después del embarazo, garantía del puesto de trabajo y descansos de lactancia. Desde entonces, lucha mediante, muchos países (desarrollados y de los otros, como Argentina) tienen licencias que varían en extensión y condiciones. El único país donde no existe es Estados Unidos, donde se “cocinó” la demanda.

Nos ubicamos en tiempo y espacio. En la Primera Guerra Mundial, al ritmo de la incorporación masiva de mujeres en la industria se tomaron varias medidas (más por necesidad que buenas intenciones) como el cambio a tareas livianas de las trabajadoras cerca del parto o guarderías en los lugares de trabajo. Como parte de las discusiones de la Conferencia de la Paz en París en enero de 1919 (de donde salió el famoso Tratado de Versalles), nace la OIT y como una especie de gesto, la Comisión del Trabajo respalda el reclamo de igualdad salarial de las mujeres. Había un detalle: no podrían participar del diseño de políticas. ¿Por qué? Porque eran mujeres. Les ofrecieron ser “asesoras” sin voto y podrían hacer sugerencias en cuestiones “específicas”. El primer “en la mesa estamos todos, menos nosotras”.

Les dijeron que ya habían “logrado” el pronunciamiento de la igualdad salarial, pero las sufragistas y las militantes sindicales no esperaron ni pidieron permiso. A las sindicalistas norteamericanas se les ocurrió organizar en Washington (Estados Unidos) un Congreso Internacional de Mujeres Trabajadoras en la misma ciudad y el mismo momento en el que se reuniría la OIT. Llegaron 200 delegadas de Europa, Asia, América del Norte y del Sur. Entre ellas, tres asistirían a ambas reuniones: la militante sindical francesa Jeanne Bouvier, la profesora universitaria Tanaka Taka de Japón y la sufragista y organizadora sindical escocesa Mary Macarthur (me guardo su historia para otra entrega).

Del Congreso participaron dos médicas que recomendaron un mínimo de seis semanas después del parto antes de regresar al trabajo con un ingreso “suficiente para el sostén completo y saludable” de madre e hijo. Después de votar la resolución, se dirigieron a la conferencia de la OIT y propusieron que se reconozca como un “derecho social” una licencia paga de 12 semanas por maternidad. Respondieron las dudas y los argumentos de los delegados desprevenidos. Los empresarios les explicaron que era mejor para la mujer reincorporarse rápidamente al trabajo. Mary Macarthur les contestó que si de verdad creían eso, enviaran a sus esposas a trabajar a las fábricas con nueve meses de embarazo. La respuesta fue el silencio.

El día final de la conferencia, se votó la licencia paga por maternidad. En un momento poco conveniente para gobiernos e instituciones, se reconoció un derecho que tardó varios años en consagrarse. Recién entrado el siglo XXI, casi la totalidad de los países desarrollados (y varios de los otros, como Argentina) garantizan diferentes licencias pagas (con la excepción de Estados Unidos). Si tardaron todo este tiempo, imaginate lo que hubiera pasado si esas mujeres “tenían paciencia”.

Vivimos en un mundo muy diferente al de 1919. Sin embargo, la desigualdad persiste bajo la superficie de la ampliación de derechos y los cambios, que empujan las propias mujeres con su movilización. La brecha de ingresos, la sobrerrepresentación en la precariedad laboral y la pobreza siguen existiendo y nada indica que vayan a reducirse de forma gradual (salvo que estemos dispuestas a esperar 135,6 años, según el cálculo del World Economic Forum luego de la pandemia de Covid-19). Incluso en países donde la brecha salarial se ha reducido a lo largo de los años, la sobrecarga de los cuidados y la realización de forma gratuita de casi todo el trabajo reproductivo sigue siendo la piedra de toque de la desigualdad.

Imprenta, poesía y trap

Irónicamente, es muy común que en los “nacimiento” de las naciones no haya mujeres. Pero en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América de 1776 aparece el nombre de una mujer: Mary Katherine Goddard. En 1777, el Congreso le encargó imprimir la Declaración para que el mundo conociera a todos los firmantes. Goddard agregó su nombre en el pie del panfleto. Fue una de las primeras editoras del país, hasta que el hermano reclamó su derecho y la marginó del negocio familiar (las mujeres no tenían derecho a herencia). La movida de la declaración fue una más en su carrera: durante la guerra revolucionaria imprimió noticias de las trincheras, resistió el allanamiento de sus oficinas y recibió amenazas constantemente. Dicen que todavía existen nueve copias con la “firmade Mary.

Esta semana se cumple el aniversario de la muerte de la poeta Renée Vivien. Si googlean, lo primero que van a encontrar  es “poeta lesbiana”, pero su historia tiene muchas más tonalidades. Reneé nació Pauline Tarn y se autobautizó así haciendo un juego de palabras con renacida en francés (porque si de algo sabía era de las palabras). Además de ser la protagonista de Lo puro y lo impuro de la escritora Colette, que compartió con ella la Belle Époque parisina de los años 1920, Reneé fue una poeta excepcionalmente reconocida por su francés fluido y la primera traductora de Sapho. Estrictamente, fue la primera mujer, la primera lesbiana que se ahorró la censura promedio que manejaban los traductores de la poeta griega. Su admiración por Sapho la llevó a aprender griego antiguo y a cranear con Natalie Clifford Barney, otra escritora -conocida como la Amazona de París-, la aventura de fundar una colonia de mujeres en la isla de Lesbos (hogar de Sapho). La cosa no funcionó pero Vivien dejó un legado con sus traducciones, reconocidas por propias y ajenos. Dicen que utilizaba las metáforas de la naturaleza, a la Walt Whitman, para describir la belleza de las mujeres.

Yo no entiendo, en medio de los bosques taciturnos,

Nada sino el ruido de tu túnica y de las alas nocturnas,

El acónito abre bajo tus pasos.

Exhala sus perfumes de venenos y ebriedad.

Tus cabellos desanudados hacen para ti, ¡oh matriarca mía!,

Un púrpura sanguíneo que las reinas no poseen.

Trap, nena. Malvina Silba y Carolina Spataro escribieron “Cumbia, nena” (en el libro Resistencias y mediaciones de Pablo Alabarces). En ese texto analizan el lugar de las mujeres en las letras de cumbia, sobre todo de la cumbia villera, y le preguntaron a su público femenino qué opinaban. También reflexionan sobre la cosificación y la hipersexualización y proponen algunas pistas que siguen vigentes para pensar cómo se metamorfosean los problemas. Sobre el trap se dicen cosas parecidas y a veces las simplificaciones y las “varas morales” homogenizan algo que es difícil de homogeneizar.


No hay comentarios.: