El próximo 8 de marzo va a ser uno de esos días en los que se devela algo. No tendrá que ver necesaria o exclusivamente con las mentiras del presidente o sus estafas (aunque nunca se sabe). El día internacional de las mujeres siempre fue una fecha de dejar en evidencia mentiras y estafas (las mujeres tienen una inclinación biológica al hogar, las mujeres cobran menos porque trabajan menos o en trabajos naturalmente peor pagos). Pero sobre todo siempre fue un día de lucha: por el derecho al voto, a cobrar el mismo salario por el mismo trabajo, a controlar todas las decisiones sobre tu vida y la constante que sigue hasta hoy, a vivir libres de opresión.
En 2025 no está de moda reivindicar estas luchas, incluso queda bien burlarse un poco de ellas, despreciarlas en su justa medida (no tanto como el poder actual pero lo suficiente para estar a tono con los tiempos que corren). No pasa nada, no es la primera vez que el movimiento feminista se enfrenta a sentidos comunes conservadores o es demonizado por los poderosos (de hecho, de lo contrario siempre es prudente sospechar); eso no hace menos legítimas sus demandas ni menos influyentes sus ideas y debates.
Algo de eso podés leer en las primeras páginas de Un millón de cuartos propios de Tamara Tenenbaum (Paidós, 2025). Te suena porque el libro tiene que ver con el ensayo de Virginia Woolf Un cuarto propio. Tamara dice en la introducción que el feminismo no llegó a ser “hegemonía cultural” pero que “ese vocabulario cumplía una función pública que hoy se ve mucho más acotada”. Coincido con la idea del vocabulario, el resurgimiento de la movilización feminista entre 2015 y 2020 fue para mucha gente una forma de expresar la propia insatisfacción con la desigualdad en las democracias capitalistas. Que algunos gobiernos hayan usado e integrado determinados discursos a sus agendas no lo invalida.
Es cierto que hoy los debates feministas generan menos ruido en los medios, ocupan menos lugar en las mesas de las librerías, sin embargo creo que mantienen su relevancia al menos en dos aspectos: su vigencia (el “ya hay igualdad ante la ley” de hoy es un poco la “perspectiva de género” agregada a cada presentación oficial de ayer, son signos de los tiempos más que medidas de la igualdad real) y la reacción antifeminista como eje de la guerra cultural actual (una confesión de la potencia del movimiento que la precedió).
Como en El fin del amor, en Un millón de cuartos propios hay lecturas de una época, aunque este último libro esté escrito desde una incomodidad diferente (¿o más distante?). “No tengo con qué escribir otro libro con las claves de la época desde adentro” dice y propone otra forma. Acá entra Virginia Woolf y esa decisión combina dos ideas que me interesan. La primera, buscar contraseñas en el pasado para leer el presente y escapar un rato “del cansancio de la coyuntura y del lenguaje agotadísimo de las nuevas guerras culturales”. La segunda, pensar la nostalgia, que hoy entienden y usan con habilidad las nuevas derechas. “Pocas fuerzas me parecen hoy más culturalmente poderosas que la nostalgia y el resentimiento: las explicaciones exclusivamente materialistas sobre las nuevas derechas (‘la gente se vuelve de derecha cuando la economía anda mal’) subestiman la potencia de estas corrientes del sentimiento y del pensamiento”. A propósito del resentimiento, me parece valiosa la atención que le dedica Eva Illouz en La vida emocional del populismo (Katz Editores), donde analiza los sentimientos que nutren hoy muchos discursos reaccionarios (agrega el miedo, el asco y el amor). Ella dice que el resentimiento es una “emoción que rumia, recrea y reaviva el mal que nos han hecho” y reflexiona sobre las consecuencias de que opere hoy en múltiples direcciones y ya no mayormente de abajo hacia arriba.
En los capítulos de libro, se visitan varios temas modernos y vigentes que propone Virginia Woolf (el trabajo, el dinero, la autonomía) en tensión con la actualidad, las cosas que cambiaron y las que siguen planteando preguntas similares. Pero lo que más me gusta, aunque Virginia no sea Rosa Luxemburgo (parafraseo, no soy tan atrevida), es su intuición materialista y que en su ensayo puede leerse que “sabe ya que hay algo de su tesis que excede a la cuestión de las mujeres, o como lo diríamos hoy, a la cuestión de género”. Esa preocupación, escribe Tamara, “devino casi universal: así como algunos saben griego, pero en realidad nadie sabe griego, hoy las mujeres pueden dedicarse al arte, pero en realidad casi nadie puede dedicarse al arte, casi nadie puede, ni siquiera, dedicarse a la vida”. También podría resumirse en que hoy hay más mujeres que podemos tener un cuarto propio pero en un mundo ajeno. El feminismo que me interesa no se conforma con eso.
El paradigma de la víctima y sexo con robots
Uno de los temas “made in 2018” mencionado en Un millón de cuartos propios es el de las víctimas y la autoridad de la primera persona. Hace poco leí El malentendido de la víctima (Tinta Limón, 2024), en ese libro la jurista feminista Tamar Pitch reflexiona sobre el lugar de las víctimas en las sociedades neoliberales. Sostiene que asumir ese estatus representa una de las pocas vías para tener una voz legítima en contextos de criminalización creciente y cuando se intentan borrar las marcas estructurales que atraviesan esas sociedades (reduciendo todo a conflictos de individuos con otros individuos, simplificados en “el bien contra el mal”). Estoy un poco monotemática con este libro porque creo que el análisis de Pitch enriquece un debate que sigue en curso.
El 1 de marzo empezamos la nueva temporada de El Círculo Rojo, ahora los sábados de 12 a 14 horas en Radio con Vos (podés mirar el streaming, escucharnos por la radio si sos purista o ver las columnas en La Izquierda Diario cuando quieras). El sábado pasado hablé de la película Companion y varias discusiones que abre la posibilidad de relacionarlos con dispositivos y modelos de inteligencia artificial, ¿seguiría existiendo el machismo, la cosificación, la violencia? ¿Soñarán las robots con novios deconstruidos eléctricos?
Nos vemos en la calle. Aunque no haya mucha gente famosa o funcionarias importantes, el sábado 8 de marzo habrá movilizaciones en Argentina y en el mundo. Como vimos el 1F, a mucha gente le molesta la discriminación, se siente discriminada ella misma, tiene bronca con el ajuste, los despidos, la destrucción de la salud pública o el vaciamiento de programas cuyas beneficiarias son mayoritariamente mujeres y personas LGBT pobres. No somos una minoría y el 8M también es el día de luchar contra todo eso.
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