“Una línea de producción no trabaja según el estado de ánimo que uno tiene, trabaja a la velocidad de la máquina. Vos podés estar cansado, desganado, podés ir con 20 mil problemas pero las ganas de trabajar no las podés bajar porque vos tenés que encajar [en] lo que la máquina te manda. O sea, ¿210 golpes? Bueno, vos tenés que trabajar a 210 golpes”. La que habla es Elizabeth, maquinista y sacadora en la línea de producción de la fábrica Georgalos. La despidieron (a ella y otros cuatro trabajadores) por adherir a un paro convocado por el Sindicato de la Alimentación. La empresa, envalentonada por los atropellos del gobierno nacional y el dejar hacer del gobierno de la Provincia de Buenos Aires, viola el derecho a huelga (un derecho básico consagrado en la Constitución).
Elizabeth advierte que Georgalos la deja en la calle con 53 años, igual de lejos de la edad jubilatoria que de la posibilidad de reinsertarse laboralmente. Está decidida a resistir. “¿Qué le dejo a mis hijas si no peleo? Las mamás que somos en su mayoría solas, que peleamos solas, no vamos a bajar los brazos, a no bajar los brazos, a unirse”. Habla el lenguaje de las que no aceptan resignarse porque saben que su lucha es justa y que la falta de un ingreso estable se transforma demasiado rápido en mayor endeudamiento, más trabajo no pago y más desigualdad.
Las deudas son de nosotras
En un escenario económico complicado e incierto, el endeudamiento se suma a la lista de problemas de los hogares argentinos: informalidad, bajos salarios, sobreempleo. Un informe del Instituto de Estadísticas y Tendencias Sociales y Económicas de mayo de 2025 decía que el 91 % de los hogares está endeudado. La red flag es que el 73 % de las deudas se contrajo en 2024 y el 15 % en lo que va de este año. El 58 % de la deuda con tarjetas o billeteras virtuales es para comprar alimentos.
En este contexto, se multiplican las actividades para generar ingresos. Vendedoras y vendedores de productos y servicios vía estados de Whatsapp y redes sociales, manteros digitales los llama Matías Mora Caceres. Este universo de subsistencia se inserta en el del juego online con los denominados “cajeros”, que reciben apuestas y pedido de fichas para casinos virtuales. La mayoría de los cajeros son cajeras: mujeres jóvenes, precarias o sin empleo que se las rebuscan mientras cuidan y realizan trabajo reproductivo no pago. A contramano del discurso oficial que endulza la “libertad de ser tu propio jefe”, Matías dice que “detrás de este fenómeno no hay una elección libre o emprendedora, sino una necesidad estructural”, que crece mientras se destruyen empleos asalariados formales (como el de Elizabeth en Georgalos).
La mayoría de estos fenómenos no son nuevos pero se intensifican. Pasa lo mismo con la feminización del endeudamiento, por la sobrerrepresentación de las mujeres entre trabajadores pobres y su rol preponderante en las tareas reproductivas y de cuidados. Esto último se ve agudizado, a su vez, por la reducción o eliminación del acceso a salud, educación y otros aspectos sociales de los cuidados que recaen sobre mujeres, adolescentes y niñas. En estos rincones se reproducen y aumentan las desigualdades, no es un problema identitario o biológico, es social.
Las mujeres suelen encargarse también de la gestión de la deuda familiar. Algo que se transforma en una “autogestión del ajuste”, como lo llama Verónica Gago. Esa autogestión mediante la deuda privada, explica, genera “un tipo de obediencia a futuro que es muy fuerte en el sentido que es una obediencia que te condena, por ejemplo, a estar produciendo estabilidad todo el tiempo, vos mismo no querés que haya una crisis porque estás endeudado, entonces necesariamente estás produciendo estabilidad en condiciones críticas”. Parece que está hablando hoy pero es una entrevista de 2018 desesperadamente actual. En Una lectura feminista de la deuda (Tinta Limón), junto con Luci Cavallero explican las dimensiones de género (que se entrelazan con otras) del endeudamiento y cómo funciona “como un mecanismo compulsivo para el sometimiento a la precarización (condiciones, tiempos y violencias del empleo), reforzada moralmente como economía de la obediencia”.
Hablando de deuda y vida cotidiana, hace unas semanas, conversamos con Verónica en El Círculo Rojo sobre las implicancias que puede tener esa presión constante en sectores de la población. Esta charla es parte de un ciclo, una especie de conversación amplia, que fuimos armando en nuestro programa de radio.
El poder de la conversación
Estuve leyendo Funk sin límites. Un diálogo reflexivo (edicions bellaterra, 2020), una conversación entre la teórica y activista feminista bell hooks y el teórico cultural Stuart Hall en 1996 sobre mil temas. Quizás te suene anacrónico leer una charla de hace casi treinta años, pero hay algo atractivo en su forma y sus tiempos, que hoy parecen imposibles. Ya le parecían imposibles al sociólogo Paul Gilroy que escribe el prólogo en 2018: “la poesía insurgente de la transformación social ha sido simplificada y la agenda de la liberación ha sido reducida (...) comprimidas para que puedan encajar en el espacio mínimo proporcionado por las citas y los hashtags, tuits y memes, ‘me gusta’ y seguidores”. En el libro pasa todo lo contrario, no se reduce, se ensancha, se abre.
El tiempo atraviesa la conversación como una constante de la reflexión crítica. En varios pasajes Stuart Hall se mira a sí mismo, se ríe y se critica. Hall comparte ideas con el movimiento feminista pero también identifica sus reticencias, cuenta las tensiones que le provocaba la “posición patriarcal” y las contradicciones que generaron en su actividad académica. Nada de lo que cuenta es autocelebratorio y quizás esa es la mejor parte: “compartía el trabajo doméstico, eso no me molestaba. Me gustaban las cosas familiares, cuidar la casa y cuidar a los niños, pero la idea de que me callara, que dejara de hablar, que todos dejáramos de hablar durante unos veinte años, y que les dejáramos hablar a ellas era muy, muy difícil”.
Me llamó la atención la actualidad que tienen algunos pasajes sobre la nostalgia y la familia: “...las resistencias también provienen de cierta nostalgia por una forma de vida anterior”, dice Hall. bell hooks propone disputar el hogar y la familia como espacios meramente conservadores y reaccionarios porque “mientras el hogar sea ese regreso nostálgico al hogar patriarcal, nunca podrá permitir que el feminismo entre por la ventana o por la puerta”. Una idea similar está presente en su libro Todo sobre el amor (Paidós), donde propone devolverle al amor un lugar relevante en los debates y reflexiones de los movimientos contra la opresión, como una forma de dar batalla a las ideologías new age y las religiones organizadas que la preocupaban a comienzos de los años 2000; hoy seguramente agregaría a las nuevas derechas, que explotan la nostalgia de esa idea de familia y “vida anterior”. Conversan sobre sexo, deseo, masculinidad, la idea de la homosexualidad como destrucción de la familia (y su impacto específico en poblaciones oprimidas), la monogamia.
Vuelvo a la cuestión del tiempo. En la charla aparecen reflexiones sobre el feminismo o el movimiento antirracista, con la mediación del tiempo que permite observar tensiones o sacar conclusiones diferentes. Varias son críticas duras pero nunca abandonan sus perspectivas emancipatorias, más bien buscan profundizarlas. bell hooks dice que el movimiento feminista “casi se muere de asfixia al eliminar toda posibilidad de humor y de trato humorístico y lúdico de cosas que tienen implicaciones serias” y así, explica, pierde algo de vigor. También aparece el tiempo como un escenario diferente al del fragor de los acontecimientos, del debate en caliente. Dicen que desde 1980 no era cool hablar de liberación sexual y monogamia pero insisten, no dejan de hacerlo. Me encontré con discusiones vitales pero, sobre todo, con una idea diferente de los tiempos del debate de ideas, de poner en valor las conclusiones de momentos y movimientos, de resistir retrocesos y reacciones, de insistir aunque no sea vistoso y de persistir aunque parezca que nadie está escuchando, una tarde calurosa en Londres en 1996 o un día frío en Buenos Aires en 2025.
Una de vaqueros
Al oeste: capítulos I y II es una obra de teatro de Martín Flores Cárdenas. En el escenario, blanco y vacío como una hoja en blanco, se ve una parte del artificio del teatro. Algo así como una indagación sobre la creación y la creatividad, qué hace obra a una obra, ¿es la idea? ¿la forma de escribir? ¿de actuar? La otra persona en escena, además de Martín, es Pablo Ragoni que interpreta al pobre vaquero de este work in progress, confundido sobre su origen y su propósito. ¿Por qué él y no un gaucho? ¿Cuántas veces tiene que morirse? De a poco sobresale una ¿la? historia, que estalla hacia el final, de un propietario y sus tierras heredadas, un desalojo y dos maricones que huyen. Teatro con lo mínimo, que no es poco cuando se condena todo lo que no es rentable (en el teatro Sarmiento).
Me despido con un aviso parroquial. Hay un nuevo episodio de Fuera de algoritmo, un programa de literatura, series y cine que hacemos con Ariane Díaz en La Izquierda Diario+. Hablamos de ciudades: privatizadas, masivas, caóticas, revolucionarias, circulares, fantásticas, contemporáneas, históricas.