13/11/20

La zurda de Jane Fonda

 


 ¿Por qué en 2020 deberíamos festejar que una mujer negra ocupe la segunda silla del poder en un país donde la mayoría de las mujeres negras vive en las peores condiciones? ¿Por qué tenemos que conformarnos con que una minoría se integre a las cúpulas de las clases dominantes, con gestos, con acciones simbólicas, con poco o con nada? No pasa solo en el feminismo, pero pelear contra la opresión de género en sociedades como las nuestras (democracias capitalistas más o menos degradadas) tiene la particularidad de que no solamente tenemos que discutir con quienes limitan las aspiraciones desde la vereda opuesta sino también desde la propia.

Al ser el feminismo y el movimiento de mujeres tan amplios, heterogéneos y con tanta historia, existen múltiples visiones sobre los acontecimientos. Muchas veces, esa multiplicidad expresa las perspectivas con respecto a las clases, el Estado y el entrelazamiento con otras opresiones. Nadie dice hoy (explícitamente) que exista una vivencia universal de la opresión de género y sabemos que hay una minoría de mujeres integradas en la administración del poder, manteniéndose en todos los casos la opresión de la mayoría de las mujeres.

Así y todo la llegada a la vicepresidencia de Kamala Harris en un país imperialista como Estados Unidos, para algunos sectores del feminismo es un logro para todas. A veces, se confunde la eliminación de prejuicios sobre la participación de las mujeres en parlamentos y otras instituciones (conseguida a fuerza de movilización y discusión) con la percepción de que la existencia de mandatarias de Estado es, en sí mismo, algo positivo.

Me tomo una licencia y cito un diálogo de ficción. En el episodio 3 de la serie Mrs. America, Shirley Chisholm, la primera mujer negra en competir por la nominación presidencial demócrata (que pierde con George McGovern), discute con Gloria Steinem. Las feministas acaban de ceder la pelea por Chisholm a cambio de que McGovern mencione el derecho al aborto en su campaña. Adivinen si cumple. Cuando Steinem quiere convencerla de pedir la vicepresidencia, Chisholm le dice que no quiere seguir intercambiando mujeres en lugares importantes por promesas vacías, que si no exigen igualdad real, siempre van a estar suplicando las migajas del pastel. No sé si la Chisholm de la vida real hubiera dicho eso, pero creo que expresa bastante bien muchos debates que siguen vigentes en el feminismo.

La policía de la cuadra

Kamala Harris no ostenta credenciales progresistas, es más común que la presenten como feminista que escucharla a ella decirlo. Ser la primera mujer, negra e hija de migrantes la puso en el lugar de “candidata de las mujeres” de Estados Unidos, como parte de una fórmula cuyo atractivo más importante es no ser Donald Trump-Mike Pence.

Ella misma se define como “la mejor policía” y su trayectoria como fiscal lo confirma. Fue fiscal de distrito en San Francisco en 2003 y fiscal general de California de 2009 a 2016 (cuando ganó una banca en el Senado y empezó su carrera presidencial). Aunque haya suavizado su perfil, a tono con los tiempos que corren, fue una firme defensora de la reforma penal del gobierno demócrata de Bill Clinton. El resultado de esa reforma fue la encarcelación masiva, que golpea especialmente a las comunidades negra y latina, sobrerrepresentadas en las cárceles de Estados Unidos.

Si no vas a la escuela, Kamala nos va a meter presos

Como fiscal de San Francisco aplicó la persecución de familias que no enviaran a sus hijos e hijas a la escuela, con multas de hasta 20.000 dólares y la pena de un año de cárcel. Ante las críticas por la excesiva penalización, Harris dijo que funcionó muy bien sin que casi nadie vaya a prisión. Pero cuando se volvió ley estatal en 2011, una mujer fue sentenciada a 180 días de cárcel por no enviar a sus hijos a la escuela. ¿La justificación? Harris sostuvo que el ausentismo escolar estaba conectado con el crimen porque, dice, “a nivel estatal, dos tercios de los reclusos abandonaron la secundaria”. Una respuesta penal a un problema social, que afecta desproporcionadamente a las mujeres, jefas de hogares pobres. En Estados Unidos, en la mitad de las familias con hijos e hijas menores de 18 años el principal o único ingreso proviene del trabajo asalariado de una mujer. Esto es más frecuente entre las trabajadoras negras, que son jefas del 79 % de los hogares.

Durante su gestión como fiscal general, California encabezó los índices de encarcelamiento. Harris aumentó la persecución por delitos menores como deambular, pedir dinero o vivir en la calle. No solo aplicó las leyes más duras posibles, también desmanteló algunas reformas tímidas de su antecesor, Terence Halliman, como alternativas a la prisión para delitos relacionados con drogas o no utilizar la pena de muerte. En 2009, las cárceles estatales tenían una ocupación del 137 %. Una orden de la justicia federal obligó a California a revisar las leyes que restringían la libertad condicional. En 2012 y 2014, dos iniciativas populares (votadas en las elecciones) reformaron la enmienda de “tres faltas” (cuando cometés un delito, aunque sea menor, si tenés dos faltas anteriores, automáticamente vas a la cárcel) y reclasificaron como menores algunos delitos relacionados con drogas y crímenes contra la propiedad.

Hoy vas a escuchar que el nuevo gobierno demócrata buscará terminar con la reforma penal que arrojó a las cárceles a una mayoría desproporcionada de personas negras y latinas. No conocemos el futuro, pero sí el pasado de Kamala Harris, que no explica por qué su llegada a la Casa Blanca significa una buena noticia para la mayoría de las mujeres.

Derecho al aborto, ¿será ley?

Esta semana, la secretaria de Legal y Técnica Vilma Ibarra anunció que el Poder Ejecutivo presentará su proyecto para legalizar el derecho al aborto y el presidente Alberto Fernández pedirá que se discuta en sesiones extraordinarias. Te preguntarás, ¿por qué el aborto aún no es legal? Los motivos son muchos, pero en el 99,9 % de los casos tiene que ver con que los oficialismos usan los derechos de las mujeres como pieza de cambio y a conveniencia. ¿Estamos más cerca o más lejos? Imposible saberlo porque no conocemos una palabra del proyecto, pero hay quienes adelantaron que cambiarán su voto (al menos avisan con más tiempo que la senadora Silvia García Larraburu, que en 2018 se dio vuelta a último momento y votó en contra de la salud y la vida de las mujeres). No será la primera ni la última vez que un gobierno regule los debates según su necesidad, por eso la insistencia en la calle, el único lugar donde no dependemos de la agenda oficial.

Camila y el orgullo

Noviembre es el mes del orgullo en Argentina. Camila Sosa Villada escribió en La novia de Sandro la vez que llevó a su mamá a su primera marcha del Orgullo. “Mi hija de sesenta años veía por primera vez el corazón del prisma y lloraba”. La semana pasada Camila ganó el premio de literatura Sor Juana Inés de la Cruz por su novela Las malas (imperdible) y charlamos con ella en el programa de radio que hacemos los domingos a la noche, El Círculo Rojo.

Jane y la violencia

En mayo de 1979, las calles de San Francisco se incendiaron de bronca. Las White Night Riots fueron una respuesta a la pena mínima que recibió Dan White por asesinar a Harvey Milk, un activista por los derechos LGBT en los años ‘70. Fueron las jornadas más violentas después de la revuelta de Stonewall en 1969. Por esos días, le preguntaron a Jane Fonda si el movimiento LGBT la estaba usando porque ella apoyaba su lucha. “Ojalá me usen”, respondió. Cuando captó el cinismo del periodista, le subió la apuesta y le dijo que se preguntara si no eran las personas las que usaban a las organizaciones que construyen, y lo decía en el buen sentido, porque “individualmente no somos poderosos, pero juntos tenemos mucho poder”.

Después de la revuelta de San Francisco, uno de los dirigentes del movimiento dijo que no iban a pedir disculpas. “Ahora la sociedad va a tener que lidiar con nosotros, no como pequeñas hadas de peluquería sino como personas capaces de ejercer violencia. No vamos a tolerar más Dan Whites”. La violencia política tenía más legitimidad por esos años, la propia Jane Fonda habla en otra entrevista sobre capitalismo, violencia y comunismo; dice que lo que pasa en esta sociedad es violento y que el “capitalismo está destinado a morir”. Aunque no estemos de acuerdo en política electoral, tiene más convicción que muchas que presumen credenciales feministas y fue de las pocas estrellas de Hollywood (¿la única?) que habló del #MeToo de la mayoría: el de las trabajadoras. Bonus track: hizo una sitcom que habla de la sexualidad de las mayores de 70. ¿Son Grace & Frankie dos ricachonas sin grandes problemas que inventan un vibrador diseñado para las manos de adultas mayores? Sí, pero está muy bien.

Rosie y Rosie

Durante la Segunda Guerra Mundial, las mujeres accedieron a puestos de trabajo tradicionalmente masculinos. Una obrera con mameluco y pañuelo en la cabeza se volvió un símbolo de esas trabajadoras: Rosie the riveter (Rosa la remachadora) tenía ilustraciones, canciones y películas. La imagen que tenés en la cabeza es de una campaña publicitaria de la Westinghouse Electric Corporation que diseñó J. Howard Miller en 1942, con la leyenda “We can do it!” (Podemos hacerlo). Era una campaña para alentar la participación de las mujeres en la industria y lo que llamaban el “esfuerzo de guerra”. No fue la única; el 29 de mayo de 1943 el dibujante Norman Rockwell ilustró la tapa del semanario Saturday Evening Post con una obrera de mameluco comiendo un sandwich, la pistola de remaches en el regazo y pisando una copia de Mi lucha de Adolf Hitler (recordemos que Estados Unidos enfrentaba a Alemania en la guerra). Aunque la segunda imagen más realista y menos estetizada parece la verdadera, lo cierto que la Rosie de Miller estaba inspirada en una obrera remachadora de California y la de Rockwell era una telefonista vecina del dibujante, que posó con una herramienta de utilería (dicen que Rockwell le pagó 10 dólares por posar en dos sesiones). Durante muchos años, la identidad de la Rosie de Miller estuvo en disputa, hasta que Naomi Parker de 89 años fue a un reencuentro de Rosies (como se las llama) y en una exposición vio su foto con otro nombre. Según cuenta su nieto en un episodio del podcast Last word de la BBC, a Naomi no le interesaba ser “la chica del afiche”, le importaba que no le robaran su identidad de obrera remachadora. Las dos imágenes fueron utilizadas para propaganda estatal, pero más tarde fueron resignificadas por el feminismo y el movimiento de mujeres, lejos del “esfuerzo de guerra” y mucho más cerca de las Rosies de la vida real.


 

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