6/11/20

Las rusas

 

Estás en la Petrogrado de 1917. Hoy estuvo circulando un llamamiento del “Comité Militar Revolucionario del Soviet de Diputados Obreros y Soldados”. El 7 de noviembre (25 de octubre en el calendario ruso entonces) te levantaste tarde, cuando salís te cruzás con un soldado y le preguntás: “¿De quiénes son ustedes? ¿Del Gobierno?”. Te responde: “¡Ya no hay Gobierno!”. Esto le pasó a John Reed, que había llegado a Rusia con los fondos recolectados por la revista estadounidense The Masses. Reed había viajado con su compañera Louise Bryant, otra cronista de trinchera. En Six Red Months in Russia (Seis meses rojos en Rusia) cuenta que luego de una reunión de los consejos (soviets) en el Smolny se subieron a un camión que iba al Palacio de Invierno. “La misión era repartir panfletos (...) la gente se agolpaba para conseguir uno, solo llegamos a leer las primeras líneas: ‘¡Ciudadanos! El Gobierno provisional ha sido depuesto. El poder del Estado pasó al Soviet de Obreros y Soldados de Petrogrado’”.

 

Pero no vine a hablar de la Revolución, sino de los años anteriores y una partecita de cómo llegaron hasta ahí. Lejos del prejuicio “las mujeres tienen que esperar”, “es un tema ad hoc”, Octubre de 1917 fue una revolución (en todos los sentidos) para las mujeres y la emancipación fue política del Estado obrero recién nacido y en sus primeros años. Acá está habilitado un “es más complejo”. Hay un libro que se llama La mujer, el Estado y la Revolución (de Wendy Z. Goldman). Incluso si comulgan con el prejuicio, ahí van a encontrar una radiografía de cómo pensó la generación revolucionaria la emancipación de las mujeres: la incorporación al mundo del trabajo y la eliminación de las tareas domésticas en hogares individuales para garantizar la participación en la vida pública. Es una historia mucho más larga, pero acá van algunas ideas y momentos.

 

Un diario y una dentista rusa. Solemos tener la imagen de que las mujeres hacen política dentro de las organizaciones solo a los codazos contra cúpulas masculinas. No fue el caso del ala bolchevique, más tarde partido, aunque como toda organización viva estaba atravesada por debates. La participación de las mujeres, especialmente de las trabajadoras, era vital. En 1913, a Konkordia Samoilova le brillaban los ojos mientras veía llegar a la gente al acto del 8 de marzo (una fecha nueva, propuesta en 1910 por la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague). Pensó que el Pravda debía tener una sección para las mujeres y no se equivocó porque desde el principio llovían las cartas de trabajadoras. La novedad llegó a los oídos de Inessa Armand y Nadezhda Kruspaia, dos dirigentes bolcheviques en el exilio. Lenin, también fuera de Rusia, sumó su apoyo a la fundación del periódico de mujeres Rabotnitsa (La obrera). El primer número saldría el Día Internacional de las Mujeres de 1914, pero la Policía arrestó a todo el comité editorial. Solo una de las militantes, Anna Elizarova, esquivó la cárcel porque había llegado tarde y se encargó de que salieran ese y los siguientes siete números antes de que el régimen la prohibiera.

 

Rabotnitsa combinó dos elementos clave. Por un lado, reunió a las mujeres que elaborarían parte del programa emancipatorio del Estado soviético (se sumaría Alexandra Kollontai, que todavía no se había unido al bolchevismo, pero ya apoyaba la publicación). Por otro lado, formulaba la política bolchevique sobre la emancipación femenina y su conexión con la lucha de la clase trabajadora. En sus páginas se leía: “Si una mujer puede subirse a un andamio y pelear en la trinchera, entonces es capaz de ser un igual en la familia y las organizaciones obreras”. La publicación se dirigía a las mujeres y, a la vez, discutía con los que desconfiaban de la participación femenina y las dudas de algunas trabajadoras. Después de una interrupción por la persecución,  volverá por iniciativa de una dentista originaria de Minsk, Vera Slutkaia. La nueva Rabotnitsa era editada por su creadora Samoilova, con Kalvdiia Nikolaeva y Praskovia Kudelli y además de editoriales y artículos, publicaba informes desde varias fábricas del país. En el primer número, Kollontai escribió: “¡No te mantengas a un lado! ¡Organizadas, somos una fuerza poderosa que nadie puede destruir!”, y convocaba a las trabajadoras a participar de los soviets y postularse como delegadas.

 

La presencia de Kollontai no era secundaria. Era una de las figuras más populares, agitadora y autora de las reflexiones más conocidas sobre la emancipación, la sexualidad y la familia. Un diario publicó la noticia de una asamblea de mil trabajadoras domésticas: “protestaron contra los ataques difamatorios contra los bolcheviques y el encarcelamiento de sus líderes. En particular, exigieron la liberación inmediata de Kollontai”, que había apoyado el desarrollo de su sindicato. Del otro lado no era tan apreciada. Tariq Ali cuenta en Los dilemas de Lenin que la “vilipendiaban” por ser el símbolo del “amor libre”, y recupera una de las cuotas de desprecio que le dedicaban: “su entusiasmo revolucionario no es más que su forma de satisfacer su satiriasis sexual”.

 

En 1919, Rabotnitsa se convertiría en el núcleo del Zhenotdel, organismo dedicado a la política relacionada con la emancipación de las mujeres. Fue clave en las discusiones sobre el Código de Familia de 1918, que le había sacado a la Iglesia el poder sobre la vida“del nacimiento a la muerte” con el matrimonio civil, el derecho al divorcio e iguales derechos para hijos e hijas sin importar el estado civil de sus progenitores. También alentaba el debate y la aplicación de políticas estatales como la socialización del cuidado infantil y las tareas domésticas, que apuntalaban la emancipación femenina y buscaban debilitar la institución familiar, conscientes de que las medidas eran indispensables pero no actuaban de forma automática. No por nada, el desmantelamiento del Zhenotdel estuvo entre las primeras medidas tomadas en el curso de la burocratización estalinista.

 

Una carta y un libro. “¡Más obreras en el Soviet de Moscú! ¡Que el proletariado de Moscú demuestre que está dispuesto a hacer y hace todo lo necesario para la lucha hasta la victoria, para la lucha contra la vieja desigualdad, contra la vieja humillación burguesa de la mujer! El proletariado no puede lograr la victoria completa sin conquistar la plena libertad para la mujer”. Esta carta no la escribió una feminista rusa, sino un señor de traje que se llamaba Vladimir Lenin. “Es bastante cierto, que en la esfera de la vida cotidiana el egoísmo de los hombres no tiene límites. Si en realidad, queremos transformar las condiciones de vida debemos aprender a mirarlas a través de los ojos de las mujeres”. Esto también lo dijo un señor de corbata, León Trotsky. En dos momentos muy diferentes, Lenin cuando el proceso revolucionario estaba en pleno desarrollo y Trotsky cuando avanza la burocratización, hablan de la convicción que tenían de la causa emancipatoria como engranaje indispensable de la Revolución. Andrea D’Atri reflexiona sobre ese recorrido en este artículo.

 

Una reina, una espía y una calle techada en el desierto

 

The Great es una suerte de precuela de Catalina la Grande. Gobernó Rusia durante treinta años, luego de derrocar a su esposo Pedro III en un golpe palaciego. Con una reina adolescente como la María Antonieta de Sofía Coppola, no se distingue por su rigurosidad histórica (para eso, mejor Catherine the Great). Sí pone en la pantalla su intento de educar a las mujeres, su interés por la ciencia, las ideas de Voltaire (que hace una aparición en la serie) y hasta la fake news sobre el sexo con caballos. A mí me bastó la credencial de Tony McNamara, por el guión de La favorita, sobre Ana de Gran Bretaña. De alguna forma, el legado de Catalina llegó hasta la Provincia de Buenos Aires, donde emigraron algunos alemanes del Volga cuando caducaron los privilegios que ella les había otorgado. ¿Qué melodías sonarían en las canchas si la familia de Sergio Denis no hubiera desembarcado en Coronel Suárez?

 

Elizabeth Jennings parece una esposa y madre común de los suburbios de Washington DC (Estados Unidos), pero es una espía de la Unión Soviética. Su trabajo no está bajo la supervisión de la “Rezidentura”, que lleva adelante operaciones legales, trabaja directamente para la KGB (policía secreta). Esta es la premisa de la serie The Americans, ubicada en los últimos años de la Guerra Fría. Sin embargo, podría ser la historia de Elena Vavilova, una de las espías que canjearon Estados Unidos y Rusia en 2010. En una entrevista, Elena contó que su vida no era tan glamorosa y frenética, en realidad la mayor parte era “muy rutinaria y aburrida”.

 

Nevada está en boca de todo el mundo por el final para el infarto de las elecciones de Estados Unidos. Las Vegas es la ciudad más grande de ese estado atravesado por el desierto de Mojave; fue “descubierta” por un colonizador (hoy dirían emprendedor) que buscaba una ruta económica entre Santa Fe (Nuevo México) y Los Ángeles (California), en la carrera desenfrenada por extender la frontera estadounidense al Oeste (llevándose puestos a sus pueblos originarios). Si viajás de noche por la ruta interestatal 15 es como manejar en la nada, hasta que en medio del desierto aparece un agujero de luces: llegaste a Las Vegas. En 1931, cuando legalizaron el juego, una de las primeras licencias la tuvo el Northern Club en la histórica e insólita Freemont (una calle techada donde siempre es de noche) fundada en 1905 con la ciudad. Hunter S. Thompson escribió uno de los viajes más locos a ese lugar, en el que Raoul Duke y su abogado Gonzo llegan en un Chevy cargado de drogas. Publicó la primera parte en la revista Rolling Stone en los ‘70 y fundó el periodismo gonzo. Thompson siempre soñó que Pánico y locura en Las Vegas fuera una película; le llevó bastante tiempo pero en 1998 Terry Gillian la filmó, aunque cuentan que nunca llegaron los 25 reptiles robotizados que habían encargado. Thompson decía que no le gustaba andar haciendo campaña a favor de las drogas y el alcohol pero que a él, al menos, le habían funcionado.

Nos vemos en el próximo y #QueSeaLey.

Celeste.

 

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