18/12/20

El año que vivimos en peligro

 


Cuando terminó el primer mes de 2020, los incendios habían destruído hectáreas enteras de Australia; se declaró la epidemia de covid-19 en China (más tarde pandemia mundial); el Reino Unido salía de la Unión de Europea y el Brexit se volvía realidad, Estados Unidos asesinaba al líder militar iraní Qasem Soleimani con un misil de precisión, mientras Chile dejaba de ser el modelo neoliberal latinoamericano para convertirse en un volcán movilizado contra el régimen heredado de la dictadura. Argentina tenía su propio verano salvaje: un grupo de rugbiers asesinó a Fernando Baez Sosa en Villa Gesell y un ricachón tiró un cerdo desde su helicóptero privado en Uruguay (Succession, andá a buscarla al ángulo).

 

Algunas de estas imágenes las vimos en forma de ficción en series apocalípticas como Years & Years o El colapso. Las dos producciones (recomendadas si les gusta el género) contienen críticas interesantes sobre la vida en las sociedades contemporáneas, nuestra relación con la tecnología, la mercantilización de todo y la destrucción del ambiente. Pero, hasta las mejores (las que se animan a reflexiones sobre fenómenos políticos actuales) no escapan del horizonte posible: es más fácil escribir el fin del mundo que el fin del capitalismo. Dirán que es porque a ninguna productora de contenidos le interesa esa reflexión. Y puede ser, aunque a esta altura ya sabemos que esa industria al mismo tiempo que crea y reproduce ideologías y prejuicios no es, ella misma, un fuerte impenetrable e impasible ante los debates de nuestro lado de la pantalla.

 

Un año en debate

 

La pandemia desnudó y agudizó desigualdades de las sociedades capitalistas, varias denunciadas hace tiempo por la movilización de las mujeres en muchas ciudades del mundo. Algunos de esos debates estuvieron acá desde la primera entrega: la sobrecarga de tareas no remuneradas en el hogar, las consecuencias en la participación de las mujeres en el trabajo asalariado o las transformaciones de la familia.

 

Cuando se paralizó el mundo y los cuidados estuvieron en el centro de la escena, en medio de discusiones muy variadas, se reciclaron prejuicios alrededor de supuestas cualidadesfemeninas. Empáticas y conciliadoras fueron algunas de las cosas que dijeron sobre las “buenas administradoras” en tiempo de coronavirus. Esto de las mujeres en el poder y lugares de decisión no es un debate nuevo, pero vuelve cada vez que la desigualdad deja en evidencia que solamente una minoría llega al techo mientras la mayoría vive en el sótano.

 

¿Broche verde?

 

Hablando de debates, casi al borde del año el derecho al aborto llegó al Congreso en Argentina (de hecho ya tiene media sanción y dictamen en el Senado, no sin un capítulo de incertidumbre). No fue un tema nuestro sino mundial. Los sectores conservadores y las Iglesias usaron la pandemia como excusa para recortar, obstaculizar o demorar el acceso a un servicio de salud que se considera esencial.

 

Bueno, la verdad es que muchos usaron el covid-19 como argumento para posponer medidas urgentes como terminar con la criminalización de las mujeres y las personas con capacidad de gestar por interrumpir un embarazo. ¿Por qué hace tres meses no y ahora sí? Porque llegó un momento en el que consagrar este derecho básico se presentó como una oportunidad para el gobierno (lo hizo este y lo hicieron otros). Ayer no era menos legítimo que hoy, ¿qué diferencia había? Nada menos que evitar muertes sin sentido de mujeres pobres.

 

La cuestión es que después de muchas décadas, insistencia, varios proyectos y un casi en 2018, estamos cerca de conquistar el derecho al aborto, con algunas restricciones (como la objeción de conciencia, que permite a instuciones de salud tener solo personal objetor, que no realizará interrupciones legales). A futuro estará esa pelea y la que se cae de maduro: separar las Iglesias del Estado. ¿Cuántas veces se preguntaron qué hace un pastor acá?

 

Pantallas

 

No es un fenómeno de la pandemia ni mucho menos, ni siquiera es de 2020. Pero el feminismo, en todas sus formas, también estuvo en las pantallas del confinamiento. No son las primeras ni las únicas, pero calentaron los dispositivos, de alguna forma, como las movilizaciones y los debates calentaron las calles. Como sucede en el movimiento de mujeres, se ven discursos y perspectivas diferentes.

 

Mrs. America (FX Hulu) se estrenó en abril. No está en plataformas argentinas pero está. Es una de mis favoritas, tanto que tomé prestada una idea para bautizar este newsletter. “Somos un movimiento político, no una hermandad”, dice Gloria Steinem en uno de sus episodios. Recorre muchas discusiones del movimiento de liberación femenina en Estados Unidos, conocido como la segunda ola. No es el relato universal del feminismo, sino un relato de un movimiento feminista con contradicciones, conquistas y muchas internas. Aunque en los últimos años aparecieron muchas ficciones en las que el feminismo está presente, Mrs. America es una de las pocas que habla de su carácter político y sus contactos con la política de los de arriba y las y los de abajo.

 

I May Destroy You (BBC HBO) llegó en junio, con la cuarentena a flor de piel en esta parte del mundo. Hubo mucha conversación alrededor de esta producción británica, de Michaela Coen que la escribió y protagonizó. El disparador de la historia es la violencia sexual (en todos sus grados, violación, abuso, acoso) y Arabella se propone iluminar los grises que existen en un sinfín de situaciones, con algunas pistas sobre el contexto social en el que se desarrollan. Pero lo que me pareció más interesante son las reflexiones sobre los lados B de los escraches y el uso de redes sociales (atravesadas por la mercantilización, la utilización del feminismo como carnada y la venta de discursos políticamente correctos como cualquier otro producto).

 

Vida (Starz) tampoco está en plataformas locales pero se consigue. Estrenó su tercera y última temporada en abril de este año y cerró la historia de Emma y Lyn, dos hermanas que vuelven al barrio de Los Ángeles donde crecieron cuando muere su madre y lo encuentran atravesado por la gentrificación (una trama que sigue las tres temporadas). Sin ser una serie política ni testimonial, su creadora y guionista Tanya Saracho llevó algunos debates del feminismo y el movimiento LGBT a la pantalla, todo en clave #sinmarcoteórico. No es que haya sido una novedad, pero sí supo ponerlos en boca de personajes menos blancos, menos ricos y menos heterosexuales. No teman que no es como The L Word: Generation Q, que básicamente agarró la serie original y le agregó chicas de diferentes etnias, personas trans y no binarias para contar lo mismo. En Vida no pasa nada de eso, la sexualidad y la identidad se mezclan con todo lo que pasa alrededor, la vida misma.

 

Una lectora. Hace algunas semanas, les propuse que me escribieran si tenían ganas de comentar algo sobre estas entregas. Una lectora me dijo que le gustaría que hubiera más literatura. En un acto de demagogia (?), me voy con tres libros. En 2020 salieron varios muy buenos, como No es un río de Selva Almada o Soy la peste de Guillermo Saccomanno, por mencionar dos que me gustaron mucho. Pero tengo como costumbre llegar tarde a muchas cosas (no así a lugares) y los libros no son la excepción: recién este año leí Las primas de Aurora Venturini. Una familia de mujeres, de la que Yuna (su protagonista) dice “no somos una familia normal”. Dos hermanas con discapacidades físicas y psíquicas (algunas con explicaciones insólitas) y un relato a veces sórdido y a veces salvaje, de humor negro y medio desbocado. No sé qué hice todos estos años sin leerla.

 

Nos vemos el año que viene y espero no tener que cerrar otra entrega con #QueSeaLey.

 


 

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