El 14 de enero, el presidente Alberto Fernández dijo “estoy muy feliz de estar poniéndole fin al patriarcado, es una gran injusticia que se ha vivido durante siglos”. Ese día, se promulgaba la ley 27.610, de acceso a la interrupción voluntaria del embarazo. Desde ese día, el derecho al aborto es legal, una conquista por la que el movimiento de mujeres de Argentina peleó durante décadas.
No hace falta que yo explique que ese día no terminó el patriarcado. Terminar con discriminaciones legales no equivale a ponerle fin a un sistema de opresión que se enlaza de formas específicas, complejas y sofisticadas en las democracias capitalistas. El patriarcado mantiene una relación estrecha con el antagonismo de clase que subyace en nuestras sociedades, la imbricación es tal que hoy es imposible terminar con el patriarcado sin terminar con el capitalismo (antes de que alguien se apresure a colocar la etiqueta de “reduccionismo”: la eliminación de las relaciones sociales capitalistas no son garantía pero sí condición necesaria, igual voy a usar uno de mis #esmáscomplejos de 2021).
Pero no hace falta hilar tan fino. Este año empezó recordándonos de la peor manera que el patriarcado está vivo y resiste. Y, de paso, nos recuerda que no se caerá solo. Los femicidios no son la única expresión de la opresión, sí es la más extrema, evidente e innegable. Menos estridente es la cadena de violencias que culmina en el asesinato de mujeres “perpetrado por varones motivado por odio, desprecio, placer o un sentido de propiedad de la mujer” (como lo definió la activista feminista Diana Russell en el Tribunal Internacional de Crímenes contra las Mujeres en 1976, una de las primeras veces que se escribió la palabra femicidio).
El 1 de enero, Noelia Albornoz fue asesinada por el policía Marcos Suasnada. Ella era miembro de esa fuerza también, él la mató con su arma reglamentaria. No sería un caso aislado en este “pospatriarcado”. La primera semana fue asesinada una mujer todos los días: 7 días, 7 femicidios. Mariana Madona fue asesinada por su hermano mayor, Gabriela Lencina y Anabella Olmos murieron después de que sus parejas las prendieran fuego. María Florencia Ascanio fue asesinada de un disparo por Gustavo Sensán.Yésica Celina Paredes y Alicia Rosa Moreno fueron asesinadas a puñaladas por sus parejas.
Siempre hay algo que trastoca la calma aparente, la bronca en voz baja. En 2021 fue Ursula Bahillo. Quizás porque encarnaba casi todo lo que sabemos de los femicidios: que la Policía desestima las denuncias, que el poder judicial las desoye y dilata y el poder Ejecutivo no toma medidas que podrían evitar el desenlace trágico. Porque sabemos que no se puede votar ni decretar el fin de la violencia machista, pero los femicidios sí pueden evitarse o reducirse y el Estado es responsable de que eso no suceda.
En varias entregas de 2020, escribí sobre la impotencia del feminismo de ministerios, ese que no llegó a la toma de tierras de Guernica llena de jefas de hogar, que dejó a la intemperie a las trabajadoras de casas particulares despedidas a mansalva durante el aislamiento o no dice (menos hace) nada cuando se elaboran planes de vuelta a clases que no contemplan las tareas de cuidados (que siguen recayendo sobre las mujeres de forma abrumadora). La inercia estatal y el cinismo de las funcionarias, que comentan la realidad como si no pudieran hacer nada para cambiarla, se transformaron en la marca de este momento. La periodista Nancy Pazos resumió lo que muchas personas pensamos cada vez que habla la ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta: “yo estoy más indignada que vos, porque vos tenés los recursos”.
Quizás es un buen momento para (volver a) preguntarnos: si las feministas se sientan en la mesa de las decisiones y ni siquiera levantan la voz para exigir que se implementen medidas que, como mínimo, sean un paliativo de las consecuencias más trágicas de la desigualdad, ¿no terminan legitimando una agenda que mantiene intactas las condiciones en las que se reproduce? Se pronuncian discursos correctos, se nombran las causas, hasta se habla del patriarcado, pero no hay siquiera un gesto desafiante o un portazo cada vez que los gobiernos priorizan otras políticas y no planes de vivienda, subsidios o refugios, cosas básicas que necesitan las mujeres además de denunciar y que sus denuncias sean escuchadas.
Seguro se dieron cuenta de que estos últimos días, todo parece canalizarse en una “reforma judicial”. Una receta que tiene varios problemas. Me parece que la diputada de la Ciudad de Buenos Aires por el Frente de Izquierda Myriam Bregman fue muy clara en una entrevista con IP Noticias: “El poder judicial es un escándalo en este tema como en tantos otros. Se habla de una reforma judicial feminista, suena muy lindo, pero estamos hablando de la justicia del Lawfare, que en toda la región encabeza persecuciones políticas, que es clasista y antipopular. Por eso es completamente insuficiente”. ¿Por qué hay tantas funcionarias feministas que nos quieren convencer de que ese es el problema? Cambiar el Código Penal es gratis, no se necesita desembolsar un solo peso (algo que sí es imprescindible para políticas que ayuden a las mujeres a salir de un círculo de violencia). ¿No es una forma prolija de poner en segundo plano que el gobierno no piensa implementar ninguna medida?
Se acerca el 8M, el Día Internacional de las Mujeres, las preguntas y los debates vuelven a la escena. Y aunque la pandemia sigue poniendo muchos límites, la movilización vuelve a ser territorio de disputa en muchos lugares. Por eso el 8 nos vemos en la calle.
Contame tu vida
En los últimos meses vi varios documentales de personas tan diferentes como Britney Spears, Taylor Swift y Jane Fonda. Aunque los tres hablan de la vida de esas mujeres, cada uno es un tipo de narrativa muy diferente. El primero no cuenta con la participación de la protagonista, otro pretende mostrar escenas íntimas y el último encuentra una fórmula que me pareció más interesante.
Britney Spears no hizo un documental sobre su vida. El diario estadounidense The New York Times y la plataforma Hulu produjeron Framing Britney Spears, centrado en la tutela que ejerce su padre sobre su vida y su carrera. Aunque la historia está tamizada por lo que quiere contar una empresa de medios (y de paso, lavar un poco las culpas), hace evidente la vigencia de la idea de que las mujeres somos personas que necesitan ser tuteladas. No porque Britney tenga los problemas de la mayoría (no) sino por lo que dice de nuestras vidas en una sociedad en la que la opresión de género es parte de cómo funcionan las cosas.
Taylor Swift siempre quiso ser Taylor Swift. Se ve en las imágenes de archivo del documental Miss Americana (se ve en Netflix) de una chica de unos 12 años mostrando los diarios infantiles donde ya tenía un “plan” para su carrera. A este documental, llegué por un artículo de Tamara Tenenbaum en El Diario AR, en el que reflexiona sobre cómo se borra la humanidad en la manera de contar la vida, porque “vivimos en una época en la que la miseria humana ya no es parte de la narrativa, ni siquiera de la narrativa de la intimidad”. Es cierto que parte de la exigencia de mostrarse perfecta tiene que ver con que Taylor es una mujer (lo mismo, al revés, aplica para Britney), pero la verdad es que no desentona con la forma en que nos acostumbramos a ver y a mostrar nuestras vidas en las redes sociales, donde decidimos todo pero casi siempre elegimos ocultar las fallas o lo que no encaja en lo que queremos contar.
Jane Fonda en cinco actos (HBO) tuvo una recepción despareja, algunos dijeron que el documental era demasiado prolijo, que se quedaba a mitad de camino. Es cierto que el relato está pulido por la propia Jane Fonda, pero lo que me pareció interesante es que sus contradicciones, aspectos que para ella son debilidades y cosas no resueltas son parte de la historia. Cada uno de los actos lleva el nombre de un varón, con excepción del último que lleva el suyo; un detalle que en sí mismo ya nos dice bastante. “Ninguno de mis matrimonios fue democrático”, “ahí estaba yo, intentando que no me definieran los hombres y acabé con un hombre que era el definidor último de la feminidad. Quería que alguien me moldeara”, no son las declaraciones más esperables de una superestrella que hoy habla en marchas feministas y, sin embargo, son parte del relato que eligió de sí misma, así como escenas de su vida que no la dejan bien parada (como la relación con su hija o con sus maridos). Llegó a los 30 años al movimiento contra la guerra de Vietnam, sabiendo que lo hacía “tarde” y que muchos desconfiaban de su activismo (“qué hace esta mina rica acá”); y a los 50 llegó al feminismo, después de haber compartido escenarios y protestas con Gloria Steinem. Quizás lo más interesante del documental no sea la vida de Jane Fonda en sí misma (aunque parecen cinco vidas en una) sino el recorrido, sus conexiones con la historia de la segunda mitad del siglo XX estadounidense y, especialmente, los tropezones, los errores y los desvíos que siempre son parte del camino.
Hace unos días empecé a leer El desafío poliamoroso. Por una nueva política de los afectos de Brigitte Vasallo (acá lo editó Paidós). Confieso que siempre que leo títulos que hablan del poliamor sospecho un poco. No por el intento de pensar formas diferentes de relacionarnos sino por el contexto que rodea y condiciona hoy todas las relaciones sexo-afectivas, y eso es algo que me gustó de cómo emprende la búsqueda Vasallo. Podemos no estar de acuerdo en el cómo, qué y cuándo pero sí en que el neoliberalismo transforma incluso el “amor libre” en un terreno más de consumo y siempre hay que andar con pisada firme en esas arenas movedizas. Otra cosa que me gustó es que trae, de alguna forma, ideas que en muchas lecturas se pretenden anacrónicas o incapaces de explicar la forma normal en que nos relacionamos (aunque es un poco injusta con Friedrich Engels, que reflexionó sobre la familia, la propiedad y el lugar de las mujeres y pensó herramientas que aún hoy utilizamos): “el sistema monógamo no organiza una forma de supervivencia colectiva, sino que quiere que nos reproduzcamos de manera identitaria y excluyente, con nombres y apellidos, con linaje, con marcas de nacimiento. Es reproducir nuestra casta y ponerle nuestra marca, el copyright, la denominación de origen, el código de barras, para saber exactamente quién pertenece a dónde, y qué pertenece a quién”. De ahí para adelante, más que las respuestas, lo que me gusta son las preguntas.

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