En Gran Bretaña, la movilización más grande por el derecho al aborto fue en octubre de 1979, 12 años después de que una ley terminara con la penalización. Las crónicas calculan que asistieron entre 80.000 y 100.000 personas. Además de grupos feministas y organizaciones de izquierda, la marcha estuvo llena de banderas de sindicatos y la central sindical británica TUC (Trade Union Congress) en la cabecera.
Esa marcha de 1979 es un hito olvidado, pero más olvidado fue el camino que condujo a una de las pocas derrotas que sufrió el gobierno conservador de Margaret Thatcher. No es algo menor, el de Thatcher fue un gobierno cuyo plan general fue destruir cualquier conquista que fortaleciera movimientos sociales y políticos, derrotar a los sindicatos y, por esa vía, a la clase trabajadora.
Alianzas impensadas pero no imposibles
En junio de 1975, se fundó la Campaña Nacional por el Aborto. Sirvió como plataforma para ampliar el apoyo al derecho conquistado en 1967. El principal objetivo era llevar este reclamo a lugares donde no llegaba el movimiento de liberación de las mujeres (como se conocía al feminismo británico). “Es diferente marchar por las calles de Glasgow con varios cientos de mujeres sin nada que las que identifique a marchar con… banderas que decían quién era quién, 'Somos trabajadoras de la Salud, del ferrocarril'... Este movimiento es más grande que algunos cientos de personas que ves en la calle”. Así lo explicaba Ann, una militante de esa ciudad de Escocia. Algo de ese impacto se vio en diferentes marchas y finalmente en la masiva manifestación de 1979 que derrotó el proyecto del conservador John Corrie.
¿La dirección de los sindicatos era feminista? No. Sin la iniciativa y la discusión de militantes sindicales, de izquierda y feministas, difícilmente sindicatos como el minero (100 % masculinos) hubieran marchado en defensa del derecho al aborto. Aún así, no existía consenso en todo el movimiento de mujeres. En la marcha de 1979, un grupo de feministas radicales objetaron la presencia de los contingentes sindicales porque había varones en ellos, también había diferencias sobre cómo expresar las consignas, todo estaba en debate, como recoge en sus páginas Sisterhood and After de Margaretta Jolly. Pero el problema no eran los varones, eran, sobre todo, los dirigentes sindicales. “Teníamos muchos problemas para que la dirigencia masculina de los sindicatos apoyara... Decían que el aborto era demasiado controversial, que dividía, y que plantearlo dividiría al movimiento sindical”, esto lo cuenta Angela Phillips feminista y miembro del sindicato de periodistas (uno de los que introdujo la moción que tuvo que terminar votando la dirección de la TUC).
Que las direcciones aceptaran tenía más que ver con lo que pasaba en la base de los sindicatos. El país venía de una ola de huelgas y la lucha por la igualdad salarial de finales de los años ‘60 había dejado una huella en las organizaciones: una gran participación femenina, que coincidía en muchos puntos con el movimiento de liberación. “Gente como yo, y otras en los sindicatos, estábamos acostumbradas a trabajar con varones… Entonces no creíamos que estuviera bien excluirlos”. Estas palabras de Carol hablan, además de lo que pensaba sobre el debate acerca de los varones, de la disposición de estas trabajadoras a dar pelea en sus organizaciones.
Los ataques sobre el derecho al aborto evidenciaron la fragilidad de las conquistas legales. Algo parecido sucedía con otros problemas, especialmente con la violencia machista (que persiste en países tan diferentes como Gran Bretaña o Argentina). Esa noción de que la igualdad formal era demasiado frágil llevó a una parte del movimiento a intentar fortalecer la lucha. Una buena pregunta es por qué fue posible esa alianza, si había divisiones entre las feministas y la dirigencia sindical no estaba naturalmente dispuesta. Parte de la respuesta podemos encontrarla en que las trabajadoras, alentadas por su propia experiencia y por la persistencia de las feministas, presionaron para que los sindicatos fueran parte de la defensa de un derecho básico para las mujeres. Nadie mejor que ellas sabía que cualquier retroceso significaba volver a los abortos clandestinos. En definitiva, lo que movía la búsqueda de lazos con el movimiento obrero era la confianza en que en la base de los sindicatos había un aliado estratégico.
¿Por qué nos importa esto a nosotras en Argentina?
Ayer fue 8 de marzo. Hubo movilizaciones en todo el país y la lucha contra la violencia machista tuvo un lugar central (no es para menos, los femicidios siguen siendo una pandemia). Pero me detengo en la acción de un grupo de trabajadoras porque, a pequeña escala, creo que muestra algo de esa alianza que potencia la fuerza del movimiento de mujeres y de la clase trabajadora. En esa protesta, se veían banderas que decían “Somos las mujeres de las tomas de Guernica y Los Ceibos”, “Somos trabajadoras del Hospital Posadas”, “Somos aeronáuticas de Latam y GPS”, “Somos maestras”, “Somos enfermeras”, “Somos repartidoras”, parecidas a las que le gustaba ver a Ann en Glasgow y que pueden hacer que pase algo similar. Estratégicamente, amplificar los reclamos de las mujeres y hacer sentir la fuerza social que se ve cuando las y los que mueven el mundo lo paran. ¿Por qué no exigirle a los sindicatos que hagan suyos sus reclamos, los nuestros, los que son de todas y (por qué no) de todos? Es cierto, la dirigencia sindical es más obstáculo que aliada; algo que también podrían haber dicho esas mujeres británicas que golpearon la puerta de la TUC en los años ‘70. Y en el movimiento de mujeres hay diferentes perspectivas, no tiene sentido ignorar que un sector se integró a la administración del Estado y eso alimenta la bronca por los femicidios, porque se esperan otras respuestas y no solamente que este gobierno sea menos peor que el anterior. Otra pregunta pertinente hoy es si hay que aceptar que el Estado naturalice que no puede hacer nada frente a los femicidios, ¿por qué un movimiento que acaba de conquistar un derecho después de insistir durante décadas debería conformarse con eso?
Todo lo demás también
Otro día en el patriarcado progre. El gobierno mexicano de Andrés Manuel López Obrador decidió vallar Los Pinos (la casa de gobierno) como un símbolo claro de lo que piensa sobre la movilización de las mujeres. Para que no queden dudas, el gobierno de la Ciudad de México allanó casas de activistas feministas antes de la marcha del 8M. Algo parecido pasó en el Estado español, donde el gobierno (también ¿progresista?) prohibió las manifestaciones.
Pelea en el baño de mujeres. La competencia entre mujeres siempre fue comidilla de los medios e insumo indispensable de los chismes y las noticias de la farándula. Cuando se desmoronaban los grandes estudios de Hollywood, la pelea legendaria entre Joan Crawford y Bette Davis era la estrella de casi todos los diarios. Menos espacio tenían la misoginia y el trato que recibían las mujeres cuando ya no eran el objeto de deseo que querían los productores en sus películas. La serie Feud empieza con Joan Crawford mirando el desembarque de las nuevas estrellas como Marilyn Monroe y navega la difícil alianza de las dos actrices que todos adoraban ver pelear. En medio de un rodaje, una Davis de ficción le pregunta a Crawford: “¿Qué se siente ser la mujer más linda del mundo?”, a lo que responde: “Fue maravilloso, pero nunca fue suficiente”. Y le devuelve la pregunta a Davis: “¿Qué se siente ser la mujer más talentosa del mundo?”. “Fue maravilloso, pero nunca fue suficiente”.
Dos vestidos. Hablando de Marilyn Monroe, la imagen icónica del vestido volando por la ventilación del subte no fue una ocurrencia del momento cuando filmaron La comezón del séptimo año. En 1901, Florence Georgie interpretó una escena similar aunque su vestido no voló hasta descubrir sus piernas porque la vestimenta eduardiana no permitía tanto movimiento. El corto de 1901, What Happened on Twenty-third Street (Qué pasó en la calle 23) solo duraba 77 segundos y mostraba un momento en la vida cotidiana de la ciudad de Nueva York, en un ejercicio experimental de lo que sería ese “invento sin futuro”. A propósito de esa frase adjudicada a los hermanos Lumière, Santiago Calori tiene un podcast que cuenta la historia de ese invento.
Rebel Girl. En Netflix hay una película que se llama Moxie. Son unas chicas que se hartan de todo lo que quieren que naturalicemos. Es una comedia y hace lo suyo en ese formato (aunque hay otras mucho mejores como Booksmart, que tuvo menos prensa). Las dos cosas que más me gustaron. El consejo de una mamá, que está un poco cansada porque trabaja mucho pero le dice a su hija “¿Qué vas a hacer? ¿Nada? Yo a los 16 quería destruir el patriarcado”. Y la canción de Bikini Kill, que ojalá se aprendan todas las chicas de hoy y les de ganas de ser la mejor amiga de “la que lleva la cabeza tan en alto” porque es una chica rebelde.
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