23/3/21

Las mujeres que desvelan a Jeff Bezos


El almacén de Amazon en Bessemer (Alabama) supo ser una planta del gigante acerero US Steel, uno de los principales empleadores de esa región de Estados Unidos. Quienes pisaban la fábrica todos los días tenían carnet del sindicato United Steelworkers, el sindicato industrial más grande del país. Hoy, cerca de 5.800 personas deben recorrer los mismos pasillos descargando y catalogando 400 paquetes por hora para alcanzar el objetivo que impone la empresa. El 85 % de esas personas son negras y el 65 % son mujeres. Hasta hoy no tienen sindicato.

Por primera vez, trabajadores y trabajadoras podrán votar a favor o en contra de que exista representación sindical en un almacén de Amazon (en este caso, del Sindicato de Tiendas Minoristas, Mayoristas y Departamentales, RWDSU por sus siglas en inglés). El 29 de marzo se conocerán los resultados. La cadena de venta online más grande del mundo es uno de esos lugares donde los capitalistas juraron que nunca más habría un sindicato. Ninguna organización colectiva se interpondría entre el empresario y el sueño del trabajador que “se enciende y se apaga” como si fuera un robot, pero al que es posible robarle legalmente una parte de su trabajo.

Ese sueño parecía acercarse a la realidad hasta que una serie de protestas sociales y políticas dieron un nuevo impulso a las luchas dentro de los lugares de trabajo. Esas batallas encontraron una fuerza nueva en la calle, cada vez que en una marcha alguien decía Black Lives Matter (las vidas negras importan). En palabras de una de las caras de esta pelea, Jennifer Bates, el impulso de la organización se alimentó de “ser ignorados por recursos humanos, de jornadas laborales largas solamente con dos descansos… Queremos ser escuchados, queremos que nos traten como personas”.

Amazon no es el primer lugar en el que se da esta conversación. Entre 2011 y 2012, se desarrollaron dos fenómenos novedosos: las huelgas de las cadenas de comida rápida y la creación de la asociación OUR Walmart, uno de los primeros desafíos al modelo antisindical instalado en los años ‘80 con la reacción conservadora liderada por Ronald Reagan. Ese modelo no se reducía a la eliminación de conquistas laborales, llegaba incluso a la destrucción de la identidad de clase. Por ese motivo, Walmart sancionaba a quien se autodenominara trabajador y no colaborador o asociado. Por esos años, las protestas contra la desigualdad (Occupy Wall Street), contra el racismo (Black Lives Matter) y más tarde contra el machismo (Womens March y Me Too), ayudaron a cambiar el aire que se respiraba en muchos lugares de trabajo donde no organizarse era parte del contrato. A otro nivel (y con sus propios obstáculos), en el plano político aparecían fenómenos como los Socialistas Democráticos de América, conocidos por su sigla en inglés DSA, la elección de concejalas de izquierda como Kshama Sawant en Seattle y la base juvenil que fue motor de la candidatura del senador Bernie Sanders.

De alguna forma, en Alabama esa conversación venía de antes. Tierra de la movilización de Selma, uno de los hitos del movimiento de derechos civiles, este estado sureño tiene también una larga historia de luchas sindicales. En esas batallas, así como en las huelgas de mineros y obreros del acero, siempre se mezclaron los reclamos, separados artificialmente por los discursos liberales dispuestos a escuchar algunas críticas sobre la representación política en las democracias capitalistas, pero no sobre la explotación. Algo parecido sucede en la dirigencia de los sindicatos, dispuesta a canalizar luchas económicas mientras no se “politicen”.

El historiador David Montgomery escribió en El ciudadano trabajador que Estados Unidos era un lugar donde “la tierra de la libertad era también la tierra de la esclavitud”; la idea y la realidad chocaban constamente. Y sostenía que los trabajadores y las trabajadoras pensaban los conflictos en la sociedad en términos de clases antagónicas cuando se encontraban con nuevas formas de explotación. A lo largo del siglo XX y en el siglo XXI, esa combinación entre opresión (por etnia o raza, en este caso) y explotación sigue encendiendo luchas que hoy representan un peligro potencial para el hombre más rico del mundo, Jeff Bezos.

¿Quiénes son las que levantaron la cabeza en Amazon?

En 2020, Estados Unidos vivió una nueva ola de protestas después del asesinato de George Floyd. Black Lives Matter resurgió en un contexto donde las consecuencias del racismo sistémico quedaban en evidencia en las altas tasas de mortalidad de las personas afroamericanas por coronavirus.

Las mujeres negras representan un sector sobre el que recaen desigualdades “cruzadas” por su género, su etnia o raza y, especialmente sobre las pobres, por su clase.

El desempleo fue una de las consecuencias sociales más importantes de la pandemia. Entre las mujeres negras tuvo un pico de 16,6 % en mayo de 2020 y en febrero de 2021 rozaba el 9% (casi el doble del índice pre Covid-19). Pero si las 606.000 mujeres negras que abandonaron la fuerza de trabajo (un problema extendido entre las mujeres en general, por la sobrecarga de tareas de cuidado) estuvieran contempladas, la cifra llegaría al 14,1 %.

Las diferencias más grandes están en los salarios (incluso antes de la pandemia). La brecha de género (20,24 %) se superpone con la étnica. Las mujeres negras pierden siempre: con sus compañeras blancas y sus compañeros varones. Algo llamativo es que la brecha entre mujeres de diferentes etnias (18,45 %) es más grande que entre personas negras de diferente género (8,64 %). Esto solo se explica por el entrelazamiento específico entre la opresión de raza o etnia y de género en el capitalismo estadounidense.

En la mitad de los hogares con hijos e hijas menores de 18 años el principal o único ingreso proviene del trabajo asalariado de una mujer. Esto es más frecuente entre las trabajadoras negras, que son jefas en el 79 % de sus hogares. A la desigualdad económica, se suman las horas dedicadas al trabajo no remunerado en el hogar.

Pero las mujeres negras también son las que construyeron movimientos como Black Lives Matter. Aunque sus nombres no trascendieron tanto como esas palabras, Alicia Garza, Opal Tometi y Patrisse Cullors levantaron la voz cuando absolvían a George Zimmerman (que asesinó a Trayvon Martin en 2012). Las mujeres fueron nuevamente la primera línea en 2020, cuando la juventud volvió a la calle durante la pandemia, como Zee Thomas, que organizó la marcha más grande en Nashville en décadas para exigir justicia por George Floyd.

Como las trabajadoras de Amazon, muchas antes salieron a la calle, se pusieron de pie o se negaron a levantarse de su asiento para protestar contra el racismo, para organizarse en las cadenas de comida rápida, en Walmart, en las escuelas y los hospitales. Y para exigir que traten a las trabajadoras y los trabajadores como personas, una exigencia elemental pero suficiente para encender la chispa.

Una foto, una iglesia y un ladrillo en el medio de Texas

Una foto de Alabama que seguro vieron más de una vez es la de Rosa Parks en la ciudad de Montgomery cuando se negó a darle su asiento a una persona blanca en diciembre de 1955. Pero Rosa no fue la primera, en marzo de ese año una chica de 15 años no se levantó cuando el chofer le pidió lo mismo. Claudette Colvin fue esposada y arrestada, esperó en una celda para adultos a que su mamá la fuera a buscar. Muchos años después, cuando le preguntaron por qué no se había levantado, dijo que había sentido “las manos de Harriet Tubman y las de Sojourner Truth sobre mis hombros para que me quedara sentada. Me sentí inspirada por estas mujeres porque mi profesora nos había enseñado mucho sobre ellas”.

Una iglesia en Alabama fue atacada por un supremacista blanco en 1963. El 16 de septiembre, un grupo del Ku Klux Klan puso diecinueve explosivos en una iglesia bautista de la ciudad de Birmingham; cuatro niñas fueron asesinadas y más de veinte personas resultaron heridas. Todo el mundo, incluido el FBI, sabían que había sido un ataque del KKK, pero pasaron 14 años antes de que hubiera una causa judicial. Cuando se enteró de la noticia, Nina Simone escribió en una sola sentada Mississippi Goddam. Ni venía de una familia politizada, pero cuando dio su primer recital de piano a los 12 años, Nina se negó a tocar hasta que permitieran que sus padres se sentaran en la primera fila (de donde los habían movido para que se sentara una pareja blanca). Ella no lo sabía, pero sería la primera de muchas formas de protestar contra el racismo.

Otro día en el patriarcado de Dick. Las últimas semanas fueron de protesta en Londres. El femicidio de Sarah Everard, cuyo único sospechoso es un policía, provocó marchas y debates en el feminismo británico. Un sector suspendió la convocatoria y otro la mantuvo, la vigilia fue enorme y volvió a poner en discusión diferentes perspectivas dentro del movimiento que lucha contra la opresión. Como pasa en otros lugares, el feminismo de los cambios graduales y las funcionarias decidieron no marchar mientras muchas chicas protestaron hartas del machismo y exigieron la renuncia de la jefa de la Policía Metropolitana de Londres, Cressida Dick.

I Love Dick es una miniserie de HBO. Está basada en la novela homónima de Chris Kraus. Es una historia que cuenta lo que pasa cuando un varón se transforma en el objeto de deseo y la musa de una obra de arte. Explora además varias ideas alrededor de la creación artística. ¿Es un ladrillo en una galería de Texas una obra de arte? ¿Quién dice quién puede ser artista? No tiene que ver con las protestas en Londres pero sí con el machismo.


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