20/4/21

No se puede vivir del amor

 

En una de sus columnas del diario El País, Javier Cercas escribió que Andrés Calamaro era “uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo” (hablaba del Calamaro prehistórico). Probablemente sea una de esas exageraciones que te podés permitir si sos Javier Cercas, pero la canción no decía ninguna mentira. Creo que bell hooks estaría de acuerdo con el asunto de este correo. Ella le agregaría condicionantes, seguro, y lo analizaría como diagnóstico de época.

Todo sobre el amor (Paidós) reúne ensayos de bell hooks, autora de uno de los textos fundacionales del feminismo negro Ain't I a Woman? Black Women and Feminism (¿No soy una mujer? Las mujeres negras y el feminismo). Cuando hooks publicó sus textos por primera vez en el año 2000, identificó el cinismo y la indiferencia como marcas de los debates alrededor del amor. Y aunque reconocía que muchos de los movimientos sociales y políticos de Estados Unidos (ella es estadounidense) habían incluido el amor y los cuidados en sus imaginarios, seguía existiendo una reticencia en la juventud a “asumir la idea del amor como motor de transformación”.

hooks advierte que, a pesar de ser un tema omnipresente en la cultura y la vida cotidiana, existe un “rechazo a creer que el amor es tan importante como el trabajo”, se lo limita al amor romántico (rodeado de sus propios problemas) o se lo usa, a menudo, como justificación de relaciones abusivas. Reconoce cómo juegan en la irrelevancia que se le confiere al amor la necesidad de sobrevivir de la mayoría de la población y todo aquello que contamina cualquier relación entre las personas en un mundo de dominación y opresión. Así convive, de manera conflictiva, con el consumo, la cosificación, el machismo o la institución de la familia. Para resumirlo, hooks elige una frase del sociólogo y psicólogo Eric Fromm: “el capitalismo es incompatible con el principio del amor”.

Hoy conocemos bien algo que hooks vio en ciernes cuando escribía a finales de los años 1990, el capitalismo sofistica su capacidad de transformar ideas y sentimientos en algo que se puede vender y comprar. El boom de los libros de autoayuda (y en general, toda la industria del bienestar) es un ejemplo. No es casual que el amor y la espiritualidad estén presentes en esta literatura, la vida en las sociedades capitalistas contemporáneas están marcadas por la incertidumbre y la precariedad; la depresión, la sensación de vacío y la insatisfacción no son excepcionales. En el texto se analizan de forma crítica los patrones de los libros de autoayuda que buscan, en general, que las personas (especialmente mujeres, su público mayoritario) se adapten a un estado de cosas, “no alteran las ideas tradicionales sobre los roles de género, la cultura y el amor”.

La socióloga Eva Illouz también navegó esas aguas en El fin del amor: “la cultura de la autoayuda y los consejos psicológicos contienen y emiten guiones para relacionarse, pero no lo hacen a partir de una serie de símbolos ordenados y sagrados, sino a partir de una sociabilidad plagada de incertidumbre. La autogestión psicológica no es más que la administración de una incertidumbre que penetra las relaciones personales en las que la libertad sexual y el placer, ambos organizados con la gramática y la semántica del mercado, fueron intercambiadas por la certeza psicológica”. Esto lo dice porque ve que la libertad sexual cumplió algunas de sus promesas pero fue utilizada, a la vez, para esconder desigualdades existentes y generar nuevas, “las viejas y nuevas desigualdades tienen suficientes efectos negativos para hacer de la libertad un ideal prístino con consecuencias inquietantes”.

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

En su colección de cuentos, Raymond Carver contaba una serie de historias pero su título se transformó en una forma de decir que todas las personas pensamos en algo diferente cuando hablamos del amor.

Personalmente, me dejan un sabor amargo los llamados a construir por nuestro lado una “ética del amor”, incluso cuando contienen ideas inspiradoras y autoras como hooks no desconocen que es muy difícil cambiar nuestra vida cuando todo lo que la rodea conspira contra cualquier construcción colectiva y comunitaria basada en los afectos, el respeto mutuo y los cuidados. En algunas páginas hooks parece desencontrarse con hooks, no porque las personas no intentemos vivir una vida más satisfactoria sino porque como programa político es incompleto.

Lo del programa político no es un paralelismo forzado, de hecho surge de la idea sugerente de hooks de repolitizar el amor. No tanto las consignas como “todo amor es político”, en general asociadas al movimiento LGBT contra la estigmatización y la represión sexual, sino para devolverle al amor un lugar relevante en los debates y reflexiones de todos los movimientos contra la opresión. Así, propone, no le dejaríamos el terreno liberado a la filosofía New Age que promete una vida mejor pero “concede tanta importancia a la mejora individual” (a personas de cierta clase social) o a la religión organizada.

El amor y las relaciones entre las personas nunca dejaron de ser un territorio en disputa. De un lado, instituciones que reproducen ideologías cuyo principal beneficiario es, hace siglos, el capitalismo y su afán de organizar la sociedad alrededor de la explotación del trabajo asalariado. Del otro, los lazos humanos como los pocos refugios que sobreviven con dificultad en un mundo precario e incierto. En esa disputa, hooks propone recuperar la idea del amor, no como un medio de satisfacción individual sino como una herramienta colectiva para terminar con la dominación y la opresión. La pregunta sigue siendo ¿cómo? y si es posible hacerlo sin repensar (y reconstruir sobre otras bases) esa sociedad que Fromm llama incompatible.

Esto no es amor (es trabajo no remunerado)

La suspensión de las clases presenciales puso en evidencia, una vez más, la ausencia de políticas de cuidado. No porque un nuevo pico de contagios no exija medidas de emergencia sino por todo lo que rodea (o no) a esas medidas. De hecho, las señales de alarma las encendieron las trabajadoras y trabajadores de la educación al comiezo del año escolar, sin respuestas oficiales.

Cuando en 2020, el confinamiento obligó al cierre de escuelas y anuló las alternativas que brindaba el mercado para suplir la inexistencia de políticas públicas, un problema que afecta a la mayoría de las mujeres (antes relegado a los debates del movimiento feminista) invadió los medios de comunicación y las sobremesas.

En Argentina, las mujeres (antes de la pandemia) le dedicaban 6,4 horas diarias a las tareas de cuidado (lejos de las 3,4 que dedicaban los varones). La cuarentena de la primera ola confirmó que el reparto no se volvió igualitario, un estudio de Ecofemini(s)ta lo puso en números: el 72 % lo realizaron las mujeres y el 28 % los varones. En 7 de cada 10 hogares del Gran Buenos Aires, las tareas de cuidado y el apoyo escolar estuvieron a cargo de las mujeres. ¿Cómo impacta esa ecuación en la feminización de la pobreza?

No es secundario quién reduce sus horas de trabajo asalariado (y aumenta las de trabajo no remunerado) cuando no existen alternativas de cuidado públicas. Y es un problema ausente en el “feminismo de ministerios”, que no impulsó medidas que intenten, como mínimo, evitar el crecimiento de las desigualdades preexistentes. Junto a la “ayuda” excepcional de 15.000 pesos para familias beneficiarias de planes sociales en el AMBA, la única licencia de cuidados es para empleadas y empleados de la administración pública.

Este nuevo escenario tiene (al menos) tres resultados: se amplían las brechas de desigualdad, se refuerza la naturalización de que las mujeres sean las encargadas de esas tareas, y las empresas y el Estado se desentienden (y se ahorran) del trabajo que realizan de forma no remunerada millones de mujeres.

No es un problema argentino. Durante 2020, en Estados Unidos hablaban de una “she-session” (una recesión que afecta más a las mujeres, por eso lleva el she, ella en inglés) porque se combinaron la destrucción de empleos en sectores feminizados y el aumento de tareas de cuidado no remuneradas. El resultado fue devastador: 2.5 millones de mujeres abandonaron la fuerza de trabajo, cuatro veces más que los varones. Recién en marzo de 2021, con un paquete de medidas del gobierno federal y vacunas, 492.000 mujeres volvieron al trabajo asalariado. Así y todo, esta recuperación inicial no es suficiente para revertir los efectos en la desigualdad que, según el Foro Económico Mundial, llevará una generación.

Y todo lo demás también

Otro día en el patriarcado cinematográfico. Una película que sale un ratito de la división sexual del trabajo en Hollywood. Buffaloed no tiene mucho que envidiarle a La gran apuesta o El lobo de Wall Street. Pero, a diferencia de esos clásicos de “cómo funciona la economía”, la persona que explica la ley y la trampa es una chica que se zambulle en la búsqueda del sueño americano y termina sumergida en la pesadilla de las deudas. Peg (Zoey Deutch) es la dueña legítima de esta ¿sátira?.

Sophia Loren le miró las tetas a Jayne Mansfield en una fiesta que organizaron los estudios Paramount para celebrar la llegada de la italiana a Hollywood en 1957. Esa historia cuenta la imagen que inmortalizó el encuentro y recién en 2015, Loren explicó que su mirada se debía a la preocupación por el escote de Mansfield (y blanqueó que le molestó un poco que le robara protagonismo). Hace unos días, alguien compartió en Instagram la recreación de esa escena en Modern Family y me pareció una buena oportunidad para recomendarles esta sitcom. El género, a veces vapuleado por su supuesta liviandad, abre conversaciones que en otros formatos tardan o cuestan más y, como bonus, suelen jugar con referencias que pueden llevarte a otras historias.

Mi biblioteca está ordenada pero siempre están en danza los libros en tránsito, por préstamo, llegada reciente o devolución. Hoy flotan con diferente estatus estos tres. Los niños perdidos de Valeria Luiselli (una especie de spin off de su novela Desierto sonoro), que cuenta historias de chicos y chicas que cruzan la frontera hacia Estados Unidos. Bandini de John Fante, irónicamente ambientado en la frontera interna de Estados Unidos, la que extendió la nación al Oeste. Y Zona de promesas de Florencia Angilletta, el último recién llegado, que promete debates desde la introducción. Lo que más me interesó es que todas las discusiones, las que compartimos y esas en las que no estamos de acuerdo, se dirimen en la tierra de la política (con sus problemas y sus internas) y no en la de los esencialismos (porque “a un esencialismo no se lo transforma con otro”).


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