Quienes gustan del reggaeton se van a desilusionar, porque no escribí nada sobre el género que provoca perreos y debates, y también tienen un capítulo sobre la presencia de las mujeres en un mundo que parecía exclusivamente masculino. Pero es un tema igual de actual aunque no despierte tantas pasiones (¿o sí?).
Rocío Monasterio posó en una foto vestida como Rosie the Riveter, una imagen icónica del feminismo. Fue una de las tantas provocaciones de la referente del partido de ultraderecha Vox. Isabel Díaz Ayuso, la gran ganadora de las últimas elecciones madrileñas, no es tan provocadora pero también se dice feminista, es de las figuras más atractivas del Partido Popular y dice que “el feminismo auténtico” es “la igualdad a la hora de presentarnos ante la ley y ante las oportunidades”.
Ambas expresan una “disputa” alrededor del significado que adquirieron el feminismo y la igualdad, cuando una minoría de mujeres escalaron las jerarquías corporativas y oficiales durante el neoliberalismo. En lugar de rechazar el feminismo con argumentos tradicionalmente conservadores, varias referentes de la derecha reivindican la igualdad de oportunidades y de derechos sin abandonar sus retóricas reaccionarias. Existen muchas críticas acertadas a sus discursos, pero no tantas señalan que esta construcción tiene sus cimientos en el feminismo liberal, como parte de lo que la teórica Nancy Fraser denominó “neoliberalismo progresista”.
Lindsey German explica en Material Girls: Women, Men and Work que “paradójicamente, la retórica del feminismo triunfó en una época en que las condiciones reales de vida de las mujeres han empeorado y fue utilizado para justificar políticas que las perjudicarían”. Y si el neoliberalismo asoció artificialmente la defensa de los derechos de las mujeres y personas LGBT con sus agendas económicas, las derechas parecen estar realizando un operación similar. ¿Cómo? Asociando esa defensa con la xenofobia, especialmente la islamofobia en Europa.
Sin lugar para las débiles
Además de motorizar nuevos movimientos sociales y formas clásicas de lucha de clases, el tendal de pobreza y precarización que dejaron las últimas décadas revitalizó formaciones de derecha y ultraderecha como canal de descontento con el personal político de las democracias capitalistas, señalado como establishment o casta política, según el país. Pueden encontrar un mapa de este fenómeno en el libro de Pablo Stefanoni ¿La rebeldía se volvió de derecha?. En su trabajo, recupera el concepto de “neoliberalismo progresista” y describe el conjunto de ideas que dicen enfrentar las nuevas derechas, fusionando el hartazgo con el neoliberalismo y sus discursos reaccionarios. El blanco elegido es lo que denominan multiculturalismo, corrección política y la “ideología de género” o “dictadura del feminismo”, para utilizar una expresión de Monasterio.
La presencia de mujeres en los liderazgos se inscribe en algo que se presenta como “renovación” de las derechas. Le pregunté a Pablo Stefanoni cómo veía este proceso, más allá de que hayan existido previamente figuras como Margaret Thatcher, una de las arquitectas del neoliberalismo. “Hoy me parece que es un fenómeno más extendido y las mujeres que lo encarnan tienen perfiles que efectivamente dan cierta idea de renovación… Se suman a nuevas estéticas de la derecha, que pueden incluir desde pibes gay con pantalones rotos y piercings hasta mujeres lesbianas como Alice Weidel [representante de la extrema derecha alemana]. El caso de Rocío Monasterio me parece que también es interesante porque le da una nueva cara a la derecha, que la aleja de la estética más tradicional del franquismo español”.
En esa renovación, la “defensa” de los derechos de las mujeres está asociada a discursos de odio como la xenofobia. Este cóctel es uno de los más utilizados: “es el verdadero feminismo el que no permite que vengan aquí algunos a imponernos sus ideas de desigualdad con la mujer, las que no permitimos que se nos arrebate la dignidad y lo que otras mujeres lucharon por España y por nosotras”. Son palabras de la líder de Vox, pero podrían ser de la francesa Marine Le Pen, que en 2016 dijo que temía que “la crisis migratoria señale el comienzo del fin de los derechos de las mujeres”, en una de sus cruzadas contra la migración, hablando de dogmas religiosos de los migrantes acusados por un ataque sexual a jóvenes alemanas.
Marine Le Pen es una figura que encarna en gran medida esta renovación. Pablo Stefanoni la identifica como una de las precursoras en “desdemonizar” a la derecha: “se queda con el partido del viejo Le Pen [Jean-Marie, su padre], un partido ultra, lleno de excombatientes de Argelia, más clásicamente facho. Y ella lo lidera con el perfil de una mujer divorciada, fuera de un perfil conservador en lo personal… La acusan en su partido de tener un entorno gay, hay una serie de dimensiones que me parecen interesantes hacia el futuro”. Con respecto a los derechos LGBT como bandera inesperada de esos sectores, Stefanoni le dedica un apartado de su libro (“El discreto encanto del homonacionalismo”) para analizar un fenómeno que encuentra más de un paralelismo con los discursos feministas. “Creo que hay algo que se superpone con el homonacionalismo, porque el discurso de la extrema derecha sobre el tema LGBT es básicamente ‘si apoyás a los progres, se va a islamizar el país, tu barrio y no vas a poder andar de la mano con tu pareja mientras nosotros te vamos a garantizar la laicidad y tener más libertad’”.
¿Quién dijo que esto es un invento de la derecha?
Los discursos de la derecha son cínicos e instrumentales pero, ¿cuánto difieren de los que acompañaron las invasiones imperialistas en Medio Oriente y en general la retórica “antiterrorista” a comienzos del siglo XXI? La entidad “derechos de las mujeres” así como obró de justificación de una invasión, puede acompañar la xenofobia, aunque el emisor del mensaje defienda ideologías que se presentan opuestas. La periodista Nuria Alabao explica que “la manera de adaptar este discurso discriminatorio en términos liberales es representar el Islam como una amenaza para los valores occidentales y para los derechos de mujeres y personas LGTBI”. Esa adaptación necesita relatos acordes. Por un lado, la estigmatización de la migración de países árabes. Y por otro, la adopción de elementos de un discurso feminista que demostró ser digerible para las democracias neoliberales.
¿Qué aspectos se limaron del cuestionamiento de los movimientos de liberación de los años ‘60 y ‘70 para reducir la lucha contra la opresión a empoderamiento e igualdad de oportunidades? ¿Qué críticas abandonaron los sectores del feminismo integrados a los gobiernos capitalistas para que la derecha pueda usar hoy un guante parecido? Si los discursos y políticas xenófobas encuentran justificaciones feministas es porque antes las agendas neoliberales también las encontraron y las adaptaron a sus necesidades (y lo cierto es que hasta ahora ningún gobierno “progresista” presentó una alternativa radicalmente diferente o que construya políticas públicas capaces de paliar, como mínimo, las desigualdades que marcan la vida de la mayoría de las mujeres). Pero la disputa no es solo de derecha. La crítica al feminismo neoliberal también viene de las calles y los lugares de trabajo, donde se construyen otras alianzas y se habla un lenguaje imposible de traducir en políticas y discursos reaccionarios, porque ensayan en sus peleas otra sociedad sin opresión de ningún tipo.
Vidas de novela y una casa sin cocina
Una lectora me preguntó si conocía Kim Ji-Young. No sabía nada de ella ni de su creadora, Cho Nam-Joo, una escritora surcoreana. Kim Ji-Young, nacida en 1982 se transformó en bestseller en Asia cuando se publicó en 2016 y se lo consideró precursor del #metoo surcoreano. Kim Ji-Young es uno de los nombres de mujer más comunes en Corea del Sur, una elección que tiene mucho que ver con la historia. La vida de la protagonista es la de toda una generación educada en la igualdad de oportunidades pero que convive con la opresión enraizada en las sociedades capitalistas. Kim Ji-Young les da voz a mujeres que trabajan, estudian y hacen malabares con las tareas de cuidado mientras se enfrentan a la desigualdad de la vida real. La autora contó en una entrevista que basó las historias en testimonios de mujeres surcoreanas que leyó en internet, en estudios estadísticos y reportajes. En 2019, se estrenó una película con el mismo nombre basada en el libro y hasta el día de hoy sigue provocando debates y conversaciones.
El fin de semana terminé de leer La mejor enemiga (Alfaguara) de Sergio Olguín, mi saga favorita del policial argentino. Verónica Rosenthal es la protagonista y, después de cuatro libros, a veces me interesa más la vida de Verónica y su gente que la corrupción empresarial, política y policial que rodea los crímenes en cada entrega. Este libro empieza con el bombardeo de un hospital en la Franja de Gaza, y la historia colonizadora del Estado de Israel y la expulsión del pueblo palestino recorren el pasado y el presente. Cuando leí el primer libro La fragilidad de los cuerpos, me intrigó cómo hacía un escritor para construir una voz femenina. En ese momento, Sergio dijo que para él lo importante era encontrar una voz propia y que su intención era que la novela tenga la perspectiva de una mujer, más que imitar una voz. Me sigue pareciendo una invitación muy interesante al mundo Rosenthal.
La arquitecta catalana Anna Puigjaner investigó la vida comunitaria en hoteles familiares a principios del siglo XX en Estados Unidos. Cuando las mujeres se incorporaban al trabajo asalariado, compartir las tareas domésticas era una solución para las familias de clase media y trabajadora. Los hoteles cayeron en desgracia por la crisis de 1929 pero también por su “politización”, en un EE. UU. que veía con terror todo lo colectivo (no terminó ahí, en 1971 Richard Nixon vetó la única ley de cuidado infantil que llegó a votarse en el Congreso, por presión de la movilización feminista, porque podía extender un “enfoque comunitario de la crianza”). Volviendo a Puigjaner, ella quería demostrar que las viviendas con espacios de cuidado comunes podían desarrollarse en el capitalismo. Pero al estudiar diferentes ejemplos se encontró con versiones mercantilizadas y precarizadas como el co-living o proyectos difíciles de sostener. Ella no lo dice, pero muchas de las experiencias positivas que encontró se construyen sobre las respuestas solidarias a la pobreza, legítimas e interesantes frente al “sálvese quien pueda” del capitalismo, aunque ninguna es lo suficiente fuerte como para construir sobre ella otra forma de organizar la vida. Porque al final del día, ninguna casa sin cocina puede solucionar los problemas inscritos en la arquitectura de esta sociedad.

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